Resulta muy difícil encontrarse con un viejo aliso en el
campo extremeño, llevo muchos años pateando gargantas y ríos y no creo que
lleguen a 20 los ejemplares que me han llamado la atención. Son realmente
pocos, pero lo más llamativo es que la mayoría de ellos son extra-ribereños o
se encuentran en nacientes de las gargantas.
Por desgracia el aliso es una de las especies que más ha
sufrido nuestra ignorancia arboricida, nuestras alisedas son continuamente
sometidas a “trabajos de limpieza” en las que son eliminados todos los pies
añosos y se pone en práctica una especie de jardinería ribereña por parte de
unas personas convencidas de que los cauces de agua son tuberías a cielo
abierto. Cualquier aliso maduro es un peligro para la Humanidad, el aliso es un
árbol estructuralmente muy débil y se pudre rápido, los alisos crean tapones en
las gargantas y pueden provocar avenidas, etc. Para evitar esto lo más sencillo
es mantener unas alisedas esmirriadas con arboles jóvenes (los sauces por
supuesto son una reencarnación del Mal y no se contempla clemencia para ellos).
No importa que el aliso lleve millones de años sobre la Tierra sin las ayudas
del hombre o que en invierno el río, sin alisos que lo impidan, se lleve
grandes mordiscos de los prados ribereños, si la cosa se pone muy fea se pueden
poner esos gaviones de malla y cantos rodados tan bonitos.
Cuando un cultivo se establece al borde de una garganta los días
felices se acabaron para los alisos de la ribera, puede que al principio el
cultivo (leñoso generalmente) conviva sin problemas, pero el agricultor no
tardará en mirar con malos ojos esas frondosas copas de los alisos que sombrean
su cultivo: la guerra se ha declarado. El final suele ser un tramo de garganta
sin alisos.
He llegado a tener que escuchar las quejas de un ganadero
que tenía un prado de siega de más de 1 ha con un aliso en una pequeña fuente
en el centro del prado: “Este aliso me
está sombreando el prado y la hierba no me crece…”. En el Valle de Jerte
había algunos prados de siega con manantiales que mantenían pequeñas alisedas,
siempre se consideró normal respetar esas madres de agua, hasta ahora.
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Por unos segundos esta rama me hizo ver lo que no era. |
El ejemplar de la foto está en Casas del Monte, en la Tras la
Sierra cacereña, un término que conserva ejemplares notables de casi todas sus
especies de árboles, desde los rebollos a los abedules. Este ejemplar es muy
accesible y lo conozco desde hace años, pero me parece tan bonito y su entorno
es tan bello que siempre me ha dado vergüenza sacar la cinta métrica para
medirlo. Sé que no es el más grande, incluso en Casas de Monte hay otro ejemplar
mayor, pero este tiene toda la dignidad de los árboles viejos y por sus raíces discurre
un pequeño reguero de agua procedente de la garganta cercana creando una zona
rezumante con hepáticas, helechos y el bellísimo endemismo gredense Sedum campanulatum. Un árbol de cuento.