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domingo, 7 de enero de 2018

No aceptaré la extinción. The Plant Messiah.



El último libro del 2017 ha sido “The Plant Messiah” de Carlos Magdalena, un regalo para quien guste de las plantas. Lo primero que me gustó del libro fue ver a un español en el templo supremo de la jardinería, el Royal Botanic Gardens de Kew, demostrando que lo del green fingers no es algo genéticamente vedado a los bárbaros del sur. Lo segundo sería lo increíblemente cerca de la extinción que están algunas especies de plantas y los milagrosos golpes de suerte que les han permitido sobrevivir. Finalmente, por supuesto, el carácter de Carlos Magdalena, que le permite llegar donde los ortodoxos no pudieron. Hay tres máximas en el libro que explican el éxito de Carlos Magdalena:

1.      No aceptaré la extinción.
2.      Cualquier especie tiene derecho a vivir sin justificar su existencia.
3.      El número de especímenes mínimo para poder decir que no hay nada que hacer para salvar una planta es cero.

El Café marrón de la isla de Rodrigues en Mauricio era una planta considerada un muerto viviente por la reiterada incapacidad para hacer fructificar al único ejemplar vivo. El consejo que recibió Carlos Magdalena fue que no perdiera el tiempo con ella. Creo que eso era justo lo que él necesitaba escuchar para ponerse a trabajar con ella. Realizó cientos de probaturas al margen de la metodología convencional con las plantas clonadas en Kew. Así obtuvo su primer éxito y sus primeras críticas: “Has hecho eso mil veces sin producir un solo fruto y ahora ¿pretendes decirnos que es una técnica probada porque tienes un fruto?”, “Producir un fruto de 180 flores no es profesional.” o “Nos pones en una situación incómoda, todo el mundo querrá saber cómo hemos conseguido un fruto, pero nosotros no podemos decírselo.”


La respuesta de Carlos Magdalena me parece demoledora: “Antes teníamos un problema: esta planta no se podía propagar, ahora tenemos otro problema: no sabemos exactamente por qué ha producido semillas. No ha sido un experimento controlado, pero tampoco ha sido magia.” Y rematando: “Yo no intentaba desarrollar una investigación, no pretendía publicar. Yo sólo quería conseguir una semilla.” Hoy día hay viveros en Rodrigues cultivando Café marrón a partir de semillas para su reintroducción en campo y a Carlos le conocen como Kew´s codebreaker (lo de mesías es algo que no parecía hacerle mucha gracia, más bien vinculado a su estética, pero que David Attenborough convirtió en marca personal).

Sólo queda agradecer la intuición al director del Kew, que entrevistó por primera vez a aquel joven de 28 años con un currículo tan poco brillante, al que, pese a todo, decidió poner a prueba tras escuchar su argumento: “Yo sé algo que no está escrito en el papel. Sé que necesito esta plaza y que esta plaza me necesita a mí también”. Qué ojo tenía el tío.
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