El último libro
del 2017 ha sido “The Plant Messiah”
de Carlos Magdalena, un regalo para quien guste de las plantas. Lo primero que
me gustó del libro fue ver a un español en el templo supremo de la jardinería,
el Royal Botanic Gardens de Kew, demostrando
que lo del green fingers no es algo genéticamente
vedado a los bárbaros del sur. Lo segundo sería lo increíblemente cerca de la
extinción que están algunas especies de plantas y los milagrosos golpes de
suerte que les han permitido sobrevivir. Finalmente, por supuesto, el carácter
de Carlos Magdalena, que le permite llegar donde los ortodoxos no pudieron. Hay
tres máximas en el libro que explican el éxito de Carlos Magdalena:
1.
No aceptaré la extinción.
2.
Cualquier especie tiene derecho a vivir sin
justificar su existencia.
3.
El número de especímenes mínimo para poder decir
que no hay nada que hacer para salvar una planta es cero.
El Café marrón
de la isla de Rodrigues en Mauricio era una planta considerada un muerto
viviente por la reiterada incapacidad para hacer fructificar al único ejemplar
vivo. El consejo que recibió Carlos Magdalena fue que no perdiera el tiempo con
ella. Creo que eso era justo lo que él necesitaba escuchar para ponerse a
trabajar con ella. Realizó cientos de probaturas al margen de la metodología convencional
con las plantas clonadas en Kew. Así obtuvo su primer éxito y sus primeras
críticas: “Has hecho eso mil veces sin producir un solo fruto y ahora ¿pretendes
decirnos que es una técnica probada porque tienes un fruto?”, “Producir un
fruto de 180 flores no es profesional.” o “Nos pones en una situación incómoda,
todo el mundo querrá saber cómo hemos conseguido un fruto, pero nosotros no podemos
decírselo.”
La respuesta de
Carlos Magdalena me parece demoledora: “Antes teníamos un problema: esta planta
no se podía propagar, ahora tenemos otro problema: no sabemos exactamente por
qué ha producido semillas. No ha sido un experimento controlado, pero tampoco
ha sido magia.” Y rematando: “Yo no intentaba desarrollar una investigación, no
pretendía publicar. Yo sólo quería conseguir una semilla.” Hoy día hay viveros
en Rodrigues cultivando Café marrón a partir de semillas para su reintroducción
en campo y a Carlos le conocen como Kew´s
codebreaker (lo de mesías es algo que no parecía hacerle mucha gracia, más
bien vinculado a su estética, pero que David Attenborough convirtió en marca
personal).
Sólo queda
agradecer la intuición al director del Kew, que entrevistó por primera vez a
aquel joven de 28 años con un currículo tan poco brillante, al que, pese a todo,
decidió poner a prueba tras escuchar su argumento: “Yo sé algo que no está
escrito en el papel. Sé que necesito esta plaza y que esta plaza me necesita a mí
también”. Qué ojo tenía el tío.