Estos días navideños son muy apropiados para ponerse un poco nostálgicos,
así que aprovechando unas fotos de Trepador azul me vais a permitir que haga lo
propio.
Con 7-8 años, en lo que entonces era 3º de EGB, yo ya era un
gran aficionado a escarabajos y mariposas, recogiendo y guardando cualquiera de
ellos que encontraba muerto. Aunque era un buen estudiante, ese mismo año
incluso recibí un premio en el colegio al final de curso, era también un
macarrilla impenitente. Mis peleas eran constantes y mi osadía no conocía
límites, peleándome con niños 5 años mayores que yo, aún cuando no era raro que
me pusieran un ojo morado o me hicieran sangrar por la nariz de un buen
puñetazo. Recuerdo que un día uno de esos niños de 13 años llegó educadamente
hasta mi casa persiguiéndome, llamó a la puerta y le dijo a mi madre “mire señora, yo lo único que quiero es
pegarle a su hijo” (entonces éramos así de correctos). Cierto que en
aquellos momentos yo ya era un aficionado a la Naturaleza, pero de haber
seguido así las cosas incluso podría haber llegado a ser un cazador.
En uno de esos sucesos que aparentemente son intrascendentes
puede que mi suerte cambiara y de ser un viril cazador he pasado a un rarito
que busca flores y pajarillos. Así, una de aquellas hepatítis virícas, tan
comunes antes, me dejó tres meses en la cama, en reposo absoluto. Entonces
reposo absoluto era no salir de la cama en todo el día (sin televisión, tablet,
Smartphone o videoconsolas) y con un régimen severísimo que me convirtió de
repente en una piltrafilla humana. Sin embargo, mi padre tuvo la feliz idea de
regalarme los 11 tomos perfectamente encuadernados de la enciclopedia Fauna del
Dr. Rodríguez de la Fuente. No recuerdo cuantas veces me la leí durante
aquellos meses. Al volver al colegio ya no era el mismo, no era un angelito, que
no hubiera durado dos minutos en aquellos patios feroces de un colegio sólo de
chicos, pero me había convertido en una enciclopedia andante de la fauna
mundial y mis aficiones desde ese momento quedaron completamente fijadas.
Aquel capítulo 67 del tomo 5. |
De todos los volúmenes de Fauna el número 5 era mi preferido
y entre sus capítulos siempre terminaba con el de Las Aves de los bosques
caducifolios, con una impresionante fotografía de un Trepador azul en su nido.
Aquel pajarillo se convirtió en mi Santo Grial. Mi padre de vez en cuando me
montaba en el coche y me soltaba unas horas en Monfragüe o me llevaba a las
dehesas de Oliva de Plasencia, por lo que pese a no tener prismáticos las
cigüeñas negras, grullas, alimoches, buitres y águilas no me eran desconocidos.
Sin embargo, aquel Trepador azul no se dejaba ver en mis entonces muy limitadas
correrías campestres independientes. Ahora es casi imposible no ver uno cada
vez que salgo al campo cerca de Plasencia.
Recuerdo que mi primera observación fue en un robledal del
Valle del Jerte, pero a pesar de los años nunca se me ha quitado esa sonrisilla
de satisfacción infantil cada vez que me cruzo con uno de estos bonitos pájaros.