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miércoles, 31 de agosto de 2011

ATRAER PÁJAROS AL JARDÍN

Una pareja de Tarabilla común ha convertido el jardín en centro de su territorio.


Desde un principio tenía en la cabeza atraer pajarillos al jardín, a pesar de que por su escaso tamaño las aves y yo no podríamos permanecer al mismo tiempo en el jardín, pero me basta con oírlos y verlos por la ventana, además, siempre hay algún individuo confiado que te da una sorpresa.

Tarabilla común y Colirrojo tizón.


Partíamos de cero, la pequeña parcela destinada al jardín estaba completamente esterilizada tras dos años de obras. Lo que para un constructor es tierra vegetal para mí son escombros, lo que convertía el proyecto de jardín en un nuevo Krakatoa.

El Mirlo común, terror de la rocalla.

Observé las especies de avecillas que tenía por los alrededores y descubrí con alegría que había más especies de las esperadas: Gorrión común, Jilguero, Pardillo, Verderón, Mirlo, Tarabilla común, Estornino negro, Cogujada común, Roquero solitario, Colirrojo tizón, Mosquitero común y Curruca capirotada. Muy mal habría que hacerlo para que ninguna de ellas se pasara por el jardín.

Al realizar la fase de plantación tuve en mente a parte de la estética una funcionalidad de cara a las aves. Los árboles y arbustos deberían aportar refugio y comida. Opté por ejemplares ya crecidos de Majuelo (Crataegus monogyna), Madroño (Arbutus unedo), Tejo (Taxus baccata), Serbal (Sorbus domestica), Acebo (Ilex aquifolium) y Abedul (Betula pubescens). En otoño los frutos gordos por el riego de estas especies se convirtieron rápidamente en un reclamo para los Mosquiteros comunes en sus pasos migratorios. Durante unos días en el jardín siempre hay uno o dos de estos bonitos pájaros comiendo o durmiendo en la copa de los setos de tejo. Esta es la época de las currucas capirotadas, aunque son mucho menos asiduas que los mosquiteros. Este año además una pareja de jilgueros que lleva dos años criando en un árbol a la puerta de casa ha inspeccionado las copas de un abedul y del serbal al inicio de la temporada de cría, aunque finalmente volvieron a su árbol. Espero que en pocos años estos árbolillos del jardín sean suficientemente grandes para ellos.

Uno de los pollos de Jilguero sesteando en un Abedul.

Un punto permanente de agua limpia era otra de nuestras ofertas en el jardín y desde el principio fue bien acogido por los fringílidos, gorriones y tarabillas a partir de mayo y durante todo el mes de julio, coincidiendo con el final de la temporada de cría. En agosto es menos concurrido. Los jilgueros llevaban todos los días a sus pollos volanderos de la última puesta a beber en las horas de la siesta.

La fuente no puede faltar para atraer animales, al margen de los pájaros algún Sapo común y una Ranita meridional han pasado por allí.

El comedero es algo en lo que todo el mundo piensa y así instalé un modelo de comedero muy famoso y éxitoso…y al poco tiempo dejé de rellenarlo con comida. Era tal la cantidad de gorriones que acudían a él que lo vaciaban a diario, dejando tras de sí un rastro de excrementos difíciles de aguantar. Tan sólo una vez pude ver un jilguero en el comedero, el resto eran juveniles de gorrión con algunos adultos.

Actualmente el comedero está sin uso.

Aunque los excrementos eran un inconveniente obvio son fáciles de limpiar. Algo peor empezó a ocurrir en el jardín. Los mirlos se acostumbraron a comer las abundantes lombrices de la zona con plantas y en su frenesí gastronómico llegaron a la rocalla donde comenzaron a causar daños a las pequeñas plantas alpinas, conociendo así de primera mano la mala fama que esta especie tiene entre los jardineros británicos y centroeuropeos. Durante un periodo de tiempo intenté soportarlo pero cuando las bajas alcanzaron a dos de mis plantas favoritas (Saxifraga burseriana y Androsace muscoidea) empecé a colocar pequeños banderines junto a las plantas para disuadir a los asaltantes. Como los banderines afeaban tremendamente la rocalla los he estado poniendo y quitando durante meses, a cada nuevo ataque un periodo de banderines en los que cesaban las incursiones, para ser reanudadas tan pronto como los retiraba. Ahora estoy probando con pequeñas barreras alrededor de las plantas atacadas (curiosamente siempre Saxifraga burseriana y las Androsace de pequeñas rosetas). Por desgracia he descubierto que también las tarabillas escarban y desentierran las plantas y, lo más curioso, sus víctimas son siempre las mismas que las de los mirlos, pese a tener más de 50 especies distintas a su disposición.
La Saxifraga burseriana del fondo la encontrado tres veces este verano arrancada y con todas las raíces al sol. Al final, pese a la protección ha sido arrrancada de nuevo y esta vez ha muerto. A la Androsace cylindrica del centro le han arrancado tres rosetas. Esto es sin dudas lo peor de los pájaros en el jardín.



sábado, 20 de agosto de 2011

LA ENCINA DEL ROMO. Badajoz.

Año 2005. La encina y el cerdo. La imagen típica.

El cerdo ibérico ha ejercido de arquitecto y paisajista en el suroeste de Badajoz durante siglos. Un ser exigente al que le gustan los bosques aclarados para andar por ellos con comodidad, pero  repletos de encinas y, si no hay más remedio, de alcornoques. Árboles además abiertos, para que la luz entre bien en su copa y den bellotas gordas.

Año 2005. El arranque de los tres cimales. Puro músculo.

El hombre en esta tierra se aplicó y le dio al cerdo todo lo que pedía, aunque no precisamente gratis, como bien sabe todo aquel al que le guste el chorizo. Con tanta gente podando y tanta encina que podar era inevitable que coincidieran el podador artista y la encina bonita de gran crecimiento. Puedo imaginar la cantidad de grandes encinas que serían podadas con esmero como símbolos de una finca o incluso de un pueblo. La legendaria dureza estructural de la encina ayudó a los podadores artistas y les permitió llevar la poda de producción a extremos casi increíbles en los mejores árboles, pocos, pero mucho más abundantes que en la actualidad. Surgen así encinas con copas de más de 30 metros de diámetro con alturas que no sobrepasan los 10 m. Un portento que se logra a base de unos troncos cortos (de menos de 2 metros) y gruesos, proyectados en ángulos muy abiertos en tres grandes cimales estructurales con gran desarrollo horizontal, que generarán gruesos paquetes de madera de reacción que les da una apariencia musculosa. En los extremos de estos cimales se desarrollará una copa, idealmente en un único plano, que unido a la zona central desprovista de ramillería crea una apariencia muy artificiosa pero eficaz, con la copa dividida en tres sectores independientes, como si tres encinas se hubieran unido por el tronco. El ejemplo más extremo que conozco de este tipo de poda es el de la  Encina de la Gira Grande de Manchita (Badajoz), donde una copa de 25 m de diámetro se despliega a 6 metros del suelo en un único plano horizontal en un trabajo de poda más propio de la jardinería de alta escuela. La apariencia del árbol es la de un enorme emparrado sin soportes.

Año 2004. Otro ángulo e igualmente impresionante.

Este manejo tan artificial de la encina parecía olvidar que existe la Ley de la Gravedad y estas encinas gigantescas llevadas al límite de su resistencia son sus favoritas. Una estructura así debe ser permanentemente vigilada para que sus cargas no excedan el límite de resistencia de la madera, esto supone podas continuas y con ello heridas continuas. Tarde o temprano un mal podador pasará por la encina…y esa será su sentencia de muerte.

Año 2007. Vista aérea que permite apreciar la copa dividida en sectores. El tercero ya se ha desplomado.

Ya no queda ninguna encina gigante intacta, todas han perdido alguno de sus cimales o, cuanto menos, grandes ramas secundarias. De las tres más grandes la que peor está es la Madre Encina de Campillo, en total ruina. La portentosa Encina del Rañal (Fregenal de la Sierra) con sus 36 m de diámetro de copa sufrió importantes daños en el temporal de noviembre de 1997 y hace pocos años perdió uno de sus cimales. Algo similar le ocurrió a la bellísima Encina del Romo (Badajoz) de 32 m de diámetro de copa, primero perdió gruesas ramas secundarias y en 2007 sufrió la caída de un cimal, aunque no llegó a desgajarse del todo. Al ser un árbol protegido se ha intervenido para mantenerlo y consolidar el resto de la estructura, siendo así nuestra segunda encina abuela con muletas tras la Terrona.
Año 2007. El cimal desgajado consolidado, aún se aprecian los soportes provisionales junto a los definitivos.

martes, 9 de agosto de 2011

Linaria alpina

Linaria alpina subsp. filicaulis. Picos de Europa, 2.100 m. Cantabria.


A estas alturas determinar cuáles son mis preferencias en lo relativo a la flora de montaña me parece de poco interés, varían tanto que hace tiempo que no me lo planteo. Dependerá de la zona que visite, del tiempo que lleve buscando a una especie, de su rareza, de las veces que ya me la haya cruzado antes, y así un largo etcétera. Soy voluble en este sentido, a qué negarlo.

Sin embargo, hay una especie que siempre resistía tras cada cambio caprichoso de criterios. No se trata de un raro endemismo, ni de una especie emblemática, ni pertenece a una reputada familia, ni es rara (esto hablando de plantas de montaña siempre es relativo, como se puede suponer), ni siquiera es de las más espectaculares, incluso podría pasar por una plantita de cotas bajas.

Linaria alpina subsp. alpina. Pirineos, 2.000 m. Huesca.

Pensando cuál era el secreto de la Linaria alpina o Violeta de glera, que esta es la especie de la que hablo, rápidamente me di cuenta que se trata de esa especie que nos da la bienvenida a la zona de plantas alpinas en Gredos y otras montañas del norte peninsular. Mucho debe de pesar el hecho de que guardo una grato recuerdo del primer día que la vi en una sierra cacereña: “así que aquí tenemos a una auténtica planta de los Alpes”. Ahora cada vez que paseo por una sierra y me cruzo con esta llamativa planta sé que llega el momento de aguzar los sentidos porque, a partir de ese punto, cualquier joya botánica de las cumbres se nos puede aparecer.

Linaria alpina subsp. alpina. Sierra de Béjar, 2.400 m. Cáceres.

La Linaria alpina tiene ese porte rastrero que tan bien le viene a las plantas que viven en cascajales y gleras móviles, pero que le hace perder ese aspecto compacto y almohadillado tan típico de las plantas alpinas (que alguna vez consigue en zonas muy expuestas). Pese a ello, se la ha localizado a 4.200 m de altitud en los Alpes, una altura al alcance de poquísimas especies de la flora europea que, si no me equivoco, no llegan a 20. Sólo por esto ya merecería nuestra admiración.
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