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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Escribano Montesino/Rock Bunting (Emberiza cia) y Cogujada Montesina/Thekla Lark (Galerida theklae).

Cogujada Montesina


Me he sentido como Felipe II por unas pocas horas y espero no acostumbrarme. Me lo he encontrado todo preparado y sólo he tenido que poner la cámara, muchas gracias. Mi falta de experiencia en estos asuntos, mi desconocimiento del sitio, unas condiciones poco adecuadas de luz y personas en el entorno no prometían nada favorable, pero aún así pude disfrutar un rato.

Escribano Montesino



Curiosamente las dos especies que pude fotografiar llevaban el mismo apellido. El usar cosas de otros (y mi inexperiencia) a veces juega malas pasadas y yo lo pude comprobar casi de inmediato cuando descubrí con horror que todos los posaderos estaban mal posicionados respecto a mí. Otra vez no se me olvida comprobar esto, seguro.

domingo, 23 de noviembre de 2014

RECUERDOS ODONATOLÓGICOS: LA PERDIGONÁ.


Onychogompus uncatus. El saltarrocas de garganta.


Ayer, comiendo con unos compañeros durante el V encuentro de blogueros de Extremadura, recordé una anécdota de mis primeros tiempos con las libélulas, hace ya muuuchos años.

Mientras mis amigos reposaban la resaca durante la siesta, yo me dediqué a rebuscar libélulas en la garganta cercana metido en el agua hasta las rodillas, habíamos acampado cerca de Jarandilla, donde por casualidades del destino se celebraban las fiestas esos días.

Mi movimientos debían resultar patosos y cómicos, con los pies doloridos por los cantos rodados pero evitando moverme bruscamente para no asustar aún más a los caballitos del diablo y otras libélulas. Eso debió ser demasiado para un cabrero que descansaba a la sombra de la garganta y se acercó hasta donde me encontraba.

-       -  Buenas ¿qué hacemos?
-      - Ummm, intento ver que libélulas son estas, pero con tanto calor están como avispas y no paran.


No hubo más palabras, el cabrero se agachó, agarró un puñado de arena gruesa de la orilla y lo lanzó hacia una libélula que venía hacia nosotros en vuelo rasante. Un disparo certero y la perdigonada frenó en seco a la libélula, que cayó al agua. La miré con cara de asombro, flotando muerta con sus alas llenas de desgarros, luego miré al cabrero que, mientras se marchaba en silencio, parecía decirme con su gesto “ahí la tienes”. Creo que ese fue el día en que decidí incluir una manga entomológica en mi equipo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Un paseo invernal por las Sierras Centrales de Badajoz.

Panel principal del abrigo de La Calderita. La Zarza (Badajoz).

Hay algo mágico en sentarse en el mismo lugar en el que lo hizo un humano de hace unos 4.000 años y observar el mismo entorno. Es inevitable meterse en la cabeza de esa persona y, aunque todo ha cambiado, las grandes líneas maestras del paisaje aún se pueden apreciar tal y como ella las vio: los llanos, los ríos, los riscos, etc. Si además en ese lugar han dejado huellas de su arte, nuestros ojos se esforzarán aún más e intentarán leer hasta el último detalle del lugar en un vano intento de interpretar la mente de aquella gente del Calcolítico.

El Erodium mouretii es la estrella botánica de estas sierras. Sierra de La Zarza (Badajoz).

La parte de las sierras centrales de Badajoz más próximas a Mérida, entre La Zarza y Arroyo de San Serván, nos ofrecen algunas buenas oportunidades de observar esas extrañas pinturas esquemáticas de tintes rojizos a las que los arqueólogos dan extraños nombres como ancoriformes, halteriformes, ramiformes, etc. y que en realidad son distintas maneras de representar la figura humana. Sería suficiente este motivo para acercarse a ellas y darse un tranquilo paseo, pero es que además en el mismo paseo podremos disfrutar de una de las comunidades florísticas más interesantes de Extremadura.

La Sierra de Alange con su castillo vista desde La Calderita (La Zarza).

El final de invierno es la mejor época para poder disfrutar plenamente de esta zona, pues no solamente se observarán mejor las pinturas, el paisaje se nos mostrará en su mayor esplendor, las sierras estarán repletas de humedad y la floración de estas bellísimas plantas de roca estará en su máximo apogeo. Realmente se podría hablar de jardines colgantes con grandes grupos de dos de nuestros narcisos más bellos: Narciso de roca blanco (Narcissus cantabricus) sobre las rocas y prados de Narciso pálido (Narcissus triandrus subsp. pallidulus) al pie de los cantiles, junto al híbrido de ambos. Pero las estrellas del lugar son las especies endémicas, empezando por el Relojillo de roca (Erodium mouretii), del que sólo se conocen en Europa un puñado de poblaciones en Badajoz junto a otras dos en Huelva y Cáceres. Fuera de aquí toda su distribución mundial se reduce a unas pequeñas sierras de Marruecos (que a buen seguro será otra subespecie distinta no descrita, si no otra especie). La Escrofularia de las Sierras Centrales (Scrophularia oxyrhyncha) es la otra gran joya de estas sierras, que sólo podremos encontrar en la alineación de sierras cuarcíticas que recorre  Badajoz, Córdoba y Ciudad Real. La primera ocupa repisas y fisuras terrosas de donde cuelgan sus flores blancas con nervios violetas y la segunda al pie de los cantiles, donde llama la atención por sus florecillas rojas. Encontraremos también las compactas y redondeadas matitas pegadas a la roca y cubiertas de flores azuladas del Botón azul de Sierra Morena (Jasione crispa subsp mariana) y próximas a ellas otras matitas menos compactas del Botón azul oretano (Jasione crispa subsp. tomentosa), que nos dan una idea del cruce de caminos que son estas sierras. No faltarán en estas paredes helechos como los bellísimos Polipodios (Polypodium cambricum) de las umbrías o los peludos Helechos lanudos (Cosentinia vellea) de las solanas, ni las elegantes Dedaleras (Digitalis thapsi).

Scrophularia oxyrhyncha. Sierra de Arroyo (Arroyo de San Serván).



Narcissus cantabricus. Sierra de Arroyo (Mérida).

Nuestro paseo invernal tendrá una última recompensa, ya que será fácil observar moviéndose entre los riscos de las zonas altas a pequeños grupos de Acentores alpinos (Prunella collaris), un ave de alta montaña que pasa el invierno por aquí.





miércoles, 5 de noviembre de 2014

Los robles de La Montaña (Cáceres).

Rebollo rodeado de lentiscos y coscojas.

El roble rebollo (Quercus pyrenaica) es considerado en Extremadura como un buen indicador del piso bioclimático supramediterráneo, que se podría definir, en lo climatológico, como la frontera entre lo mediterráneo y lo atlántico. Vale.

Lo cierto es que hay rebollares que no parece tan claro que se encuentren en esa frontera climatológica, hacen trampa y ocupan enclaves donde la orientación o la humedad del suelo modifican las condiciones climatológicas. Aunque pensándolo bien casi todos los rebollares extremeños usan la altitud con el mismo objetivo.

La ciudad de Cáceres vista desde los robles.

Por último, hay pequeños rodalillos de rebollos en lugares tan extraños como pueda ser La Serena, cuya explicación se complica más. Aquí, aunque la idea de una reliquia sea la más atractiva, no se puede descartar la intervención animal como origen.

Rebollos en la "selva" mediterránea.


Uno de esos rodalillos aparece en la solana de La Montaña, al borde de la ciudad de Cáceres y a unos 450 m.s.n.m. en pleno mesomediterráneo. Se trata de un pequeño grupo de 7 individuos arbóreos de diversas edades (al parecer había algún ejemplar más hace pocos años) que ocupan una calleja que baja de la sierra. Una calleja que por su carácter público se ha mantenido un poco al margen de la urbanización alegal de la zona. Llama la atención el gran tamaño de sus hojas y sobretodo sus acompañantes, pues pocas veces se podrá ver un rebollo entre lentiscos y coscojas. También hay alcornoques, madroños, olivillas, poleo y restos de un antiguo olivar.
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