Chovas piquirrojas |
Reconozco que, con
los años, el día de Reyes más que recibir regalos prefiero que me traten como a
Felipe II. Este año César del Arco, botánico experto en jardines botánicos y
natural de Hervás, me tenía preparado un encuentro con un tejo que no conocíamos,
situado en el vallejón más apartado de la sierra de su pueblo que, para no
darnos más méritos de los necesarios, diremos que es una zona cada vez más accesible.
Sin embargo, esto es reciente, hace poco más de quince años, donde ahora hay
una pista que cruza un arroyo, pude ver mi primer Desmán ibérico.
Pero antes de
llegar teníamos que atravesar una partida de francotiradores, que practicaban
el bello arte de la caza a lo largo del camino que atraviesa el monte público.
Son muy pocos, pero con una encomiable afición, es la segunda vez que subo a
esta sierra este invierno y las dos veces me los he encontrado en la tarea.
Bueno, en realidad nosotros y un montón de ciclistas, seteros y paseantes que
no sabemos respetar tan viejas tradiciones y no nos quedamos en casa los pocos
días que no tenemos trabajo. Ninguna señal por ninguna parte que advierta del
evento, gente con armas dispersas por el monte, con unidades móviles armadas de
función desconocida, pero totalmente acojonadora. Y si todavía fueran con el
traje corto de serrano, pero equipados en un estilo ecléptico entre novio de la
muerte y cazador de grizzlies de Montana y acompañados por esa mirada que
proporciona tener entre las manos una cacharro que es capaz de tumbar a una
persona a más de 100 m, incluso tras rebotar en una piedra, buf,... Es curioso
porque una simple ruta cicloturista seguro que tiene que contar con asistencia
médica por no hablar de todos y cada una de la autorizaciones pertinentes para
el día y hora concretos. En esos momentos no sabíamos si poner las pegatinas de
Prensa en el coche. Uno en su desconocimiento no está plenamente en contra de
la caza, aunque no me guste, pero ¡coño! de una manera más siglo XXI, que a un
pescador de anchoas que vive de eso le mandan para casa cuando se considera
necesario y aquí no se muere nadie. Al menos esta vez no hemos visto como
arrastran a los jabalíes con el cabrestante del coche.
El Tejo con su Serbal de cazadores. |
Tras pasar por
los restos de los últimos chozos de verano de esta sierra llegamos al tejo, que
se hizo esperar, escondido tras una gran roca. El árbol cuesta entenderlo, y
subido de puntillas en una pequeña piedra bamboleante para no mojarte los pies,
aún más. Es un ejemplar muy viejo que ha crecido entre una roca dentro del
arroyo. Su aspecto es el de un pulpo con más de cinco cimales arrancando
radialmente de la base, seguramente grandes avenidas han acabado varias veces
con la parte aérea. Ahora ya no hay avenidas de esa potencia y el árbol parece
que intenta crecer en altura, mostrando una copa de aspecto mucho más joven de
lo que se correspondería con la base del árbol. Un joven serbal de cazadores
parece confirmar esto y crece tranquilamente arraigado en la base del tejo,
impidiendo que el tejo se cierre por el centro. Salvo una pequeña rama seca, el
follaje se ve denso y lustroso con los tonos broncíneos típicos del frío.
Parece un macho, una pena porque en el Ambroz las hembras son raras (de cabeza
recuerdo sólo 5) y desde la magnífica hembra de La Garganta no hay otra en esta
vertiente de la sierra hasta Segura de Toro.
Bando de chovas. |
Es probable que
César tuviera esto también preparado, porque estábamos a punto de abandonar el
tejo cuando aparecieron 34 chovas piquirrojas que se posaron en unas rocas no
muy alejadas para deleitarnos un rato, antes de seguir sus merodeos por las
zonas altas de la sierra. Son unas aves espectaculares que siempre me han
recordado un poco a unos payasos, con esas botas y narices rojas tan excesivas.
Como las personas somos unas ansiosas pensé que aquel era el momento perfecto para
que apareciera una de esas águilas reales del Ambroz tan aficionadas a las
acrobacias, pero hasta a Felipe II le ponían límites.
Aliseda de cabecera con cenizos en primer plano. |
De vuelta nos detuvimos
a admirar una pequeña aliseda de cabecera con ejemplares añosos, es muy raro
hoy día ver una cosa así por encima de los 1400 m. y la explicación de esta
habría que buscarla en las dos vertientes rocosas del arroyo en ese punto, que
forman un pequeño barranco que debe haber actuado como cortafuegos más de una
vez.
Iberodorcadion segovianum de la subespecie occidental dejeanii. Nunca había visto uno antes de abril. |
La nota
preocupante del día la pusieron unos Iberodorcadion
segovianum (de la subespecie dejeanii),
correteando entre los piornos en pleno mes de enero. La cosa está calentita.