El otro día hablaba con unos
amigos sobre los pocos petirrojos que se veían este año, algo que se hacía extensible
a otros pajarillos invernantes como la Curruca capirotada o al Colirrojo tizón.
Pajarillos muy comunes cuando uno aún era un niño y cada vez más escasos. Y eso
que Extremadura sólo recibe poco más del 4 % de la población invernante de Petirrojo
en la Península Ibérica, aves fundamentalmente procedentes de Dinamarca,
Noruega, Alemania, Países Bajos, Islas Británicas y Francia, que penetran por
los Pirineos occidentales (Bueno, J.M. 1998).
Precisamente el lunes pasado
recibí el último número de la Revista Ardeola y en ella José Luis Tellería
llegaba a la conclusión, tras estudiar los datos de recuperaciones de aves
anilladas, de que a partir de los años 70 el Petirrojo es cada vez más raro en
España como invernante, siendo hoy día muy frecuentes las aves que deciden
ahorrarse el paso de los Pirineos para invernar. El cambio climático, como
siempre, aparece como sospechoso principal.
Ahora miro con otros ojos al
Petirrojo que duerme en la hiedra de mi jardincillo, y van tres inviernos ya.
Ayer le vi al atardecer junto a dos mosquiteros comunes, una pareja de Curruca
cabecinegra y un Mirlo. Con los años esto será una ZEPA.