El otro día decidimos que ya era
el momento de que la niña se diera su primer chapuzón fuera de las piscinas.
Como aún no tiene dos años no era el caso someterla a la criofilización en las
aguas de las gargantas de La Vera, Ambroz o el Valle del Jerte, así que optamos
por un río en Las Hurdes, concretamente en un punto donde sabia que las
temperaturas en estas fechas suelen superar los 25 ºC. Al final, con un año tan
seco había poco agua, faltaban casi 30 cm, lo que en un tramo donde no se
superan los 180 cm se nota, el agua estaba algo más fresca (para mí perfecta) y
la menor corriente estaba favoreciendo la acumulación de limo en el lecho rocoso.
Ya en el agua, la niña decidió que
aquello estaba más frío de lo necesario y se salió a tirar piedras al agua y
migas de pan a los peces, la famosa cal y arena. Yo me quedé observando los pececillos
que se acercaban al pan: alevines moteados de Barbo común (Barbus bocagei) y lo que parecían calandinos (Squalius alburnoides) de varios tamaños, ambas especies endémicas
de la Península Ibérica. Al poco rato se empezaron a descubrir unos pececillos
moteados que permanecían casi inmóviles en el fondo, con esa característica
cara de pasmao de las colmillejas. Por el diseño de sus motas y por no apreciarse
las barbillas pienso que se trata de la Colmilleja del Alagón (Cobitis vettonica) un endemismo de la
cuenca del Alagón (río tributario del Tajo).
Cobitis vettonica |
Rodeado de endemismos y con el
agradable frescor del agua comencé a darle vueltas al destino de estas pobres
criaturas. Todavía tenía reciente la noticia de que el Tribunal Supremo, en un
auto excepcionalmente rápido, había excluido al Black-bass del Decreto de
Especies Invasoras (un decreto que agoniza antes de comenzar a andar). Para
estos sabios ictiólogos del Supremo no se puede considerar invasora a esta
especie norteamericana en base a que lo dicen ellos. La estrella de las
repoblaciones franquistas quedaba indultada para desgracia de nuestras especies
endémicas, de las que se alimenta con gran voracidad.
En un país como el nuestro, donde
no sobra precisamente, es asombroso el desprecio con el que se trata el agua. O
quizás por considerarla sólo un recurso de primera necesidad para nuestra
especie es por lo que tratamos a los ríos como meros canales de distribución.
Es una de esas paradojas inexplicables, como la de nuestro odio hacia los
árboles en un país con graves problemas de desertificación.
Pero lo que ocurre con los peces
de nuestros ríos no tiene parangón. De una manera grosera, olvidando especies introducidas hace siglos y otras procedentes del mar que ya no
llegan a Extremadura gracias a los embalses, podemos decir que la mitad de
nuestras especies son exclusivas de la Península Ibérica (no las hay en ningún
otro lugar) y la otra mitad son especies introducidas con fines “deportivos”
desde todas las puntas del Planeta. La única condición que debe cumplir cada
nueva especie soltada en nuestros ríos es que se comporte como un psicópata
depredador y para que esto se consiga tendrán a su disposición toda una
colección de peces endémicos para su engorde. La lista en Extremadura ya es
extensa: Lucio, Lucioperca, Black-bass, Pez gato negro, Siluro, Percasol, etc.
Es un auténtico festival, basta que una especie se ponga de moda en revistas y
canales temáticos para que su llegada a nuestras aguas sea inminente. En
algunas zonas, como en los embalses, ya casi no quedan otras especies que los
depredadores introducidos, que terminan practicando el canibalismo para
sobrevivir.
Os imagináis que los cazadores decidieran
hacer algo parecido y soltaran tigres, búfalos cafres y osos kodiak. Bueno, no
hay que imaginar mucho, aquí ya pasó.