Con menos de 5 mm esta diminuta y abundante Violeta kitaibeliana sólo está al alcance de los que miramos al suelo. |
Estos últimos días del verano se me han hecho muy duros. De tanto mirar al suelo tengo quemaduras de tercer grado en la parte superior del pescuezo y nacimiento del morrillo. Anoche, mientras me aplicaba una generosa dosis de crema hidratante en las zonas achicharradas, me acordé de una anécdota que me ocurrió hace unos años como consecuencia de esta manía mía de ir buscando yerbajos cabizbajo, como burro de noria.
Por aquella época me encontraba buscando las poblaciones clásicas de la orquídea Serapias perez-chiscanoi, un endemismo lusoextremadurense con la mayor parte de su población en Extremadura. Un buen amigo me indicó una zona próxima a la frontera portuguesa al norte de Badajoz donde él había visto la especie y que coincidía con una de esas poblaciones clásicas. Se trataba de una zona adehesada sobre terrenos llanos con suaves vaguadas, donde se formaban extensos pastizales con gamones muy favorables para la especie.
Un ejemplar de buen tamaño de Serapias perez-chiscanoi en su ambiente. |
En cuanto llegué a la zona dejé el coche aparcado al borde de un camino y tan pronto como bajé de él puse mis ojos en el suelo y comencé a andar con la barbilla casi en mi pecho buscando la orquídea. Buscar Serapia perez-chiscanoi no es sencillo y exige concentración y esfuerzo visual para descubrir a esta críptica especie entre el herbazal. Sobre todo es complicado encontrar el primer ejemplar, después parece que el ojo aprende y todo va más rápido.
Con todos mis sentidos volcados en las orquídeas estuve caminando cabizbajo, sin rumbo y sin tomar referencias, durante más de 2 horas. Como no encontraba nada decidí cambiar de zona, así que levanté la cabeza para ir al coche, pero… ¿dónde estaba el coche? Parecía increíble, me había perdido en una dehesa.
No sabía en qué dirección caminar por miedo a alejarme del coche, toda la zona era idéntica y yo, además de no tomar referencias, había estado realizando continuos giros y vueltas. Era como si me hubiera preparado para jugar a la piñata, había conseguido desorientarme a mí mismo. Afortunadamente estaba sólo.
Tardé algo más de una hora en llegar al coche, que al final estaba a menos de 1 km. Aún así tuve suerte, porque tal y como estaba podría haber llegado andando al Atlántico.