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martes, 26 de febrero de 2013

Un invierno de pájaros.

 A falta de teleobjetivo os dejo un dibujo a acuarela basado en una foto sacada de la web,
creo que de Samuel Langlois. Mi primer dibujo en dos años, así estaba de emocionado.


Por mucho que tengamos temporales el invierno se acaba, los gansos y las grullas ya nos abandonan y, un año más, se acerca la FIO. Hay que reconocer que ha sido un buen invierno para pájaros, de hecho hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. El pajareo era una actividad que había ido dejando arrinconada por árboles, yerbajos, bichos, murciélagos y  afines. Pero este invierno se me ha reactivado otra vez el  gusanillo,  no sé si tendrá algo que ver la película “El gran año” (vale, no es la trilogía de Apu, pero pasé un buen rato con ella) o tal vez la cantidad de especies raras que han visitado Extremadura. Tres eran las especies que me había apuntado como objetivo: Aguilucho papialbo, Ánsar piquicorto y Ampelis europeo, aunque esta última estaba en Béjar (Salamanca), que no deja de estar a tiro de piedra de Extremadura.


El Aguilucho papialbo se consiguió al segundo intento, gracias a la ayuda de un experto que corrigió mi incorrecta ubicación inicial. El Ánsar piquicorto me supuso un día de viento terrible en Valdecañas, revisando uno por uno todos y cada uno de los centenares de ánsares comunes del embalse. Aunque había un par de ánsares caretos entre ellos no  tuve suerte con el piquicorto. Pero sin dudas el gran día fue el de Béjar con los ampelis, seguro que uno de los pájaros favoritos de cualquier pajarero. Al principio era bastante reacio al asunto, localizar en solitario dos pájaros no más grandes que un tordo, que sabe dios que gustos tendrán, me parecía algo arriesgado, pero eran unos ampelis. Las constantes referencias a los mismos conforme pasaban los días me animaron, parecía que los pájaros se habían establecido en la zona a pasar el invierno. Lo planteé como una visita relámpago del tipo “death or glory”: prismáticos, telescopio y dos manzanas. Llegué al lugar en cuestión y me sorprendió tanto el sitio y la ausencia de otros pajareros que me mosqueé y tras dar una vuelta por la zona volví a Béjar y estuve buscando por otros lugares. Iba despacio en el coche, mirando a todo el mundo para intentar descubrir al pajarero en su labor, pero no hubo suerte. Un poco desanimado decidí volver al punto de inicio, ahora había un coche mal aparcado en la entrada de una finca cercana y otro coche cruzado en la puerta del chalet. Mientras daba la vuelta a mi coche para aparcar observé la pegatina de la SEO en el segundo vehículo, ahora seguro que estaba en el sitio. En la entrada de la finca había dos personas con telescopios. Pregunté si había suerte y me contestaron que mirara por el telescopio, que los tenían enfocados. Fue una visión espectacular, la luz de la mañana hacía resaltar todos y cada uno de los matices del color de esta belleza boreal. Resultó además que una de las dos personas era Antonio Díaz, el descubridor de los ampelis, que nos contó con pelos y señales las costumbres de aquella pareja. Tras un rato de observación a placer los pájaros volaron y como era probable que tardaran en volver yo decidí marcharme para Cáceres tras despedirme del gran Antonio.

 Cuando estaba llegando a Plasencia recordé que había unas citas de Porrón bastardo en el Charco Salado y como iba bien de tiempo decidí darme el homenaje. Llegué a la charca  y fue montar el telescopio y encontrarme la cabeza de la hembra de Porrón bastardo. De regreso, ya más calmado me detuve a ver un Elanio azul posado en un poste. El jodío estaba sobre una colonia de Topillo de Cabrera, que debe recibir frecuentemente las atenciones de esta rapaz, pues no es la primera vez que lo veo allí. Definitivamente el día estaba echado, así que decidí regresar a Cáceres cruzando Monfragüe.


Me paré en la Portilla del Tiétar, hacía frío pero no había nadie, no pasaban coches, me recordó mis tiempos mozos, cuando fuera de Villarreal, podías pasar un día en Monfragüe en plena primavera sin encontrarte más que a cuatro o cinco pajareros, casi siempre extranjeros. En lo alto de la Portilla estaba la Imperial posada que, muy profesionalmente, se echó a volar, dio dos pasadas por delante del mirador y se colocó de nuevo en su posadero. Al rato despegó de nuevo y desapareció “guarreando” en la umbría donde tiene su nido. Tras echar un vistazo a los leonados decidí esperar un poco para ver a los  búhos reales, o al menos oírlos. Una vez que los buitres dejaron de revolotear sobre la Portilla se empezaron a escuchar las voces de los búhos, primero el macho, que estaba en la ladera que hay tras el mirador y después la hembra desde el roquedo. Esta vez no hubo suerte y no se dejaron ver.

De vuelta a casa me puse a pensar en lo que ha cambiado esto del pajareo en unos años (tampoco soy tan viejo, coño). Ahora hay muchas más personas aficionadas, mejor formadas e infinitamente mejor equipadas, la información aportada por los aficionados inunda las redes sociales y realmente existe un turismo cultural ornitológico. Sólo espero que sean prudentes quienes intentan aprovechar este recurso, que la calidad del servicio y el respeto por las aves sean siempre la premisa y que se tenga presente que más no es siempre mejor.

5 comentarios:

  1. Alberto!!!
    anda que no me quedan cosas por saber de ti!
    bonito dibujo, si señor.
    un abrazo,
    Nico

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  2. Y que siga habiendo terreno público donde observar los pájaros... Besos.

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  3. No conocía este afición tuya por el dibujo. Me ha sorprendido (también). Un abrazo

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  4. Parece un sueño, el relato del día ideal que incitaría a cualquier visitante británico u holandés a preparar los bártulos y volar a Extremadura.
    Y encima, el tío dibuja...

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  5. un dibujo precioso acompanhando una buena vivencia ornitológica... Cualquiera diría que lo tuyo son los hierbajos!!!

    Angel (G.P.)

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