A falta de teleobjetivo os dejo un dibujo a acuarela basado en una foto sacada de la web, creo que de Samuel Langlois. Mi primer dibujo en dos años, así estaba de emocionado. |
Por mucho que tengamos temporales
el invierno se acaba, los gansos y las grullas ya nos abandonan y, un año más,
se acerca la FIO. Hay que reconocer que ha sido un buen invierno para pájaros,
de hecho hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. El pajareo era una
actividad que había ido dejando arrinconada por árboles, yerbajos, bichos,
murciélagos y afines. Pero este invierno
se me ha reactivado otra vez el
gusanillo, no sé si tendrá algo
que ver la película “El gran año” (vale, no es la trilogía de Apu, pero pasé un
buen rato con ella) o tal vez la cantidad de especies raras que han visitado
Extremadura. Tres eran las especies que me había apuntado como objetivo: Aguilucho
papialbo, Ánsar piquicorto y Ampelis europeo, aunque esta última estaba en
Béjar (Salamanca), que no deja de estar a tiro de piedra de Extremadura.
El Aguilucho papialbo se
consiguió al segundo intento, gracias a la ayuda de un experto que corrigió mi
incorrecta ubicación inicial. El Ánsar piquicorto me supuso un día de viento
terrible en Valdecañas, revisando uno por uno todos y cada uno de los
centenares de ánsares comunes del embalse. Aunque había un par de ánsares
caretos entre ellos no tuve suerte con
el piquicorto. Pero sin dudas el gran día fue el de Béjar con los ampelis,
seguro que uno de los pájaros favoritos de cualquier pajarero. Al principio era
bastante reacio al asunto, localizar en solitario dos pájaros no más grandes
que un tordo, que sabe dios que gustos tendrán, me parecía algo arriesgado, pero
eran unos ampelis. Las constantes referencias a los mismos conforme pasaban los
días me animaron, parecía que los pájaros se habían establecido en la zona a
pasar el invierno. Lo planteé como una visita relámpago del tipo “death or glory”: prismáticos, telescopio
y dos manzanas. Llegué al lugar en cuestión y me sorprendió tanto el sitio y la
ausencia de otros pajareros que me mosqueé y tras dar una vuelta por la zona
volví a Béjar y estuve buscando por otros lugares. Iba despacio en el coche,
mirando a todo el mundo para intentar descubrir al pajarero en su labor, pero
no hubo suerte. Un poco desanimado decidí volver al punto de inicio, ahora
había un coche mal aparcado en la entrada de una finca cercana y otro coche
cruzado en la puerta del chalet. Mientras daba la vuelta a mi coche para
aparcar observé la pegatina de la SEO en el segundo vehículo, ahora seguro que
estaba en el sitio. En la entrada de la finca había dos personas con
telescopios. Pregunté si había suerte y me contestaron que mirara por el
telescopio, que los tenían enfocados. Fue una visión espectacular, la luz de la
mañana hacía resaltar todos y cada uno de los matices del color de esta belleza
boreal. Resultó además que una de las dos personas era Antonio Díaz, el
descubridor de los ampelis, que nos contó con pelos y señales las costumbres de
aquella pareja. Tras un rato de observación a placer los pájaros volaron y como
era probable que tardaran en volver yo decidí marcharme para Cáceres tras despedirme
del gran Antonio.
Me paré en la Portilla del
Tiétar, hacía frío pero no había nadie, no pasaban coches, me recordó mis
tiempos mozos, cuando fuera de Villarreal, podías pasar un día en Monfragüe en
plena primavera sin encontrarte más que a cuatro o cinco pajareros, casi
siempre extranjeros. En lo alto de la Portilla estaba la Imperial posada que,
muy profesionalmente, se echó a volar, dio dos pasadas por delante del mirador
y se colocó de nuevo en su posadero. Al rato despegó de nuevo y desapareció
“guarreando” en la umbría donde tiene su nido. Tras echar un vistazo a los
leonados decidí esperar un poco para ver a los
búhos reales, o al menos oírlos. Una vez que los buitres dejaron de
revolotear sobre la Portilla se empezaron a escuchar las voces de los búhos,
primero el macho, que estaba en la ladera que hay tras el mirador y después la
hembra desde el roquedo. Esta vez no hubo suerte y no se dejaron ver.
De vuelta a casa me puse a pensar
en lo que ha cambiado esto del pajareo en unos años (tampoco soy tan viejo,
coño). Ahora hay muchas más personas aficionadas, mejor formadas e
infinitamente mejor equipadas, la información aportada por los aficionados
inunda las redes sociales y realmente existe un turismo cultural ornitológico.
Sólo espero que sean prudentes quienes intentan aprovechar este recurso, que la
calidad del servicio y el respeto por las aves sean siempre la premisa y que se
tenga presente que más no es siempre mejor.
Alberto!!!
ResponderEliminaranda que no me quedan cosas por saber de ti!
bonito dibujo, si señor.
un abrazo,
Nico
Y que siga habiendo terreno público donde observar los pájaros... Besos.
ResponderEliminarNo conocía este afición tuya por el dibujo. Me ha sorprendido (también). Un abrazo
ResponderEliminarParece un sueño, el relato del día ideal que incitaría a cualquier visitante británico u holandés a preparar los bártulos y volar a Extremadura.
ResponderEliminarY encima, el tío dibuja...
un dibujo precioso acompanhando una buena vivencia ornitológica... Cualquiera diría que lo tuyo son los hierbajos!!!
ResponderEliminarAngel (G.P.)