Onychogompus uncatus. El saltarrocas de garganta. |
Ayer, comiendo con unos
compañeros durante el V encuentro de blogueros de Extremadura, recordé una anécdota
de mis primeros tiempos con las libélulas, hace ya muuuchos años.
Mientras mis amigos reposaban la
resaca durante la siesta, yo me dediqué a rebuscar libélulas en la garganta
cercana metido en el agua hasta las rodillas, habíamos acampado cerca de Jarandilla,
donde por casualidades del destino se celebraban las fiestas esos días.
Mi movimientos debían resultar
patosos y cómicos, con los pies doloridos por los cantos rodados pero evitando
moverme bruscamente para no asustar aún más a los caballitos del diablo y otras
libélulas. Eso debió ser demasiado para un cabrero que descansaba a la sombra
de la garganta y se acercó hasta donde me encontraba.
- - Buenas
¿qué hacemos?
- - Ummm,
intento ver que libélulas son estas, pero con tanto calor están como avispas y
no paran.
No hubo más palabras, el cabrero
se agachó, agarró un puñado de arena gruesa de la orilla y lo lanzó hacia una
libélula que venía hacia nosotros en vuelo rasante. Un disparo certero y la
perdigonada frenó en seco a la libélula, que cayó al agua. La miré con cara de
asombro, flotando muerta con sus alas llenas de desgarros, luego miré al
cabrero que, mientras se marchaba en silencio, parecía decirme con su gesto “ahí
la tienes”. Creo que ese fue el día en que decidí incluir una manga
entomológica en mi equipo.
A veces la inocencia se adorna con una chispa de crueldad. Seguro que el cabrero pensaba que te hizo un favor; lo que no estoy seguro es de qué pensará si te ve manga en ristre tras esos bichillos, con lo fácil que es echarlos abajo, ja, ja.
ResponderEliminarLo que se denomina un método expeditivo. Sí, mejor llevar un instrumento apropiado en la mochila, no vaya a ser que te sigan haciendo favores... Besos.
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