Pertenezco a una generación que ha tenido la suerte, aunque
creo que en realidad es una desgracia, de haber conocido y jugado entre el
esplendoroso arbolado urbano de Plasencia de finales de los 70 y principio de
los 80. Guardo en la memoria tres grandes hitos: los pinos revirados y chopos lombardos
del entonces salvaje Parque de los Pinos, los fresnos del Parque de la Coronación, con el
gigantesco ejemplar del Nido a la cabeza, que eran el último vestigio de un
arroyo que bajaba por el Parque de los Pinos y Miralvalle hasta el río Jerte y,
sobre todo, el monumental conjunto de olmos negros, el más importante de
Extremadura.
De todo esto ya no queda prácticamente nada, la grafiosis y
un paisajismo enfermizo e ignorante eliminó en pocos años lo que costó cientos
levantar. Aunque tengo la sensación de que esto a pocos importa, hoy día a los
placentinos sólo nos queda el solitario olmo de la Ermita de la Virgen del
Puerto que, en su aislamiento, encontró salvación frente a la grafiosis (aunque
si no recuerdo mal es un árbol afectado).
Reconozco que desde hace muchos años espero su muerte y confío
tan poco en él que nunca lo he medido y esta es la primera vez que lo
fotografío, pero ahí sigue él. Recuerdo que en los buenos tiempos este era un
ejemplar que no merecía una mirada, era poco más que una sombra al borde del
Camino Viejo. En esa zona el rey era el Nogal de la ermita y en la ciudad los
olmos monumentales del Parque de la Rana, sobre todo los tres gigantescos que
rodeaban el kiosco junto a la Torre Lucía, y los dos ejemplares que había entre la Fuente de la Rana y el kiosco del Mocho, el del Puente Nuevo y el de San
Antón (que fue el último en desaparecer ya en el siglo actual).
Ahora este ejemplar se merece todo el respeto y la vigilancia
que exige la grafiosis, sus compañeros tenían entre 150 y 200 años al morir y
esa debe ser su edad, una buena edad para un Olmo, en el esplendor de la
madurez y con otros tantos por delante.
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