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martes, 12 de junio de 2012

Cordulegaster boltonii.

Macho de Cordulegaster boltonii subsp inmaculifrons. Sierra de Gredos, Cáceres.


La Libélula tigre (Cordulegaster boltonii) es una de esas visiones que uno espera encontrar siempre que se acerca a una zona con aguas corrientes y frescas. No importa que no sea precisamente un bioindicador fiable, ya que soporta un cierto nivel de contaminación (la he visto tranquilamente en una zona del río Jerte donde hay vertidos, permanentemente denunciados, de una industria conservera).

Pocos odonatos hay tan inquisitivos como esta especie. Los machos mientras vigilan su territorio vuelan incansablemente arriba y abajo sobre el cauce a unos 30-150 cm de altura, no dejaran libélula tranquila y serán feroces con otros machos de su especie. Como las personas entramos dentro de su altura de patrulla, muchas veces nos vemos sorprendidos por dos ojazos verdes que nos miran a poca distancia, suspendidos en el aire con un increíble vuelo estacionario. Parecería que está midiendo nuestras fuerzas, como si pensara en expulsarnos del territorio. Si le ignoramos seguirá su patrulla, pero cada vez que pase por el lugar donde nos encontramos repetirá su inspección. Seguramente tras dejarnos irá pensando ¿quién este cabrito que no se aparta?, ¿acaso no es él el rey del arroyo?

Hembra de Cordulegaster boltonii subsp. algirica durante la puesta. Las Villuercas, Cáceres.


Si el macho es así de macarrilla, la hembra no le va a la zaga. Si tiene que poner sus huevos, los va a poner por huevos…No importa que un tipo plasta esté refrescando sus pies en el banco de arena que ella había elegido, se colocará entre sus piernas y comenzará a clavar sus huevos uno a uno en la arena, sin importarle la cara del agotado paseante, que observará, sin atreverse a mover un músculo, como ese bicho sube y baja rápidamente entre sus piernas como un martillo. Mala suerte si decides hacer una foto a una planta carnívora en una zona de la turbera que ella ha decidido utilizar para su puesta, se interpondrá continuamente delante de tu objetivo con su vuelo de puesta, porque ella tiene que poner sus huevos allí exactamente. Finalmente siempre consiguen que te avergüences de tu torpeza.

Son tan chulos que una vez leí el caso de un macho que patrullaba siguiendo el curso de un pequeño arroyo que habían enterrado con tubos y sobre los que habían colocado un pavimento. A él no le engañaban.

1 comentario:

  1. En mi aldea de Orense hay a patadas y cuando éramos pequeños nos entraba un miedo terrible cada vez que veíamos una, y los mayores nos metían un miedo terrible en el cuerpo cuando nos decían que mordían como demonios...
    (¡¡Y vaya susto te metías cuando pescabas renacuajos y en lugar de ellos cazabas una larva gigante de libélula!!)

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