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martes, 23 de mayo de 2017

Ponga un seto en su vida y luche con él.



Un buen número de concejales y jefes de parques y jardines lleva en su interior a un pequeño Rey Sol. Su afán versallesco por los setos sólo se ve superado por su mal gusto y éste, por la más absoluta ignorancia en las artes de la jardinería.

Los setos fuera de un diseño formal son absolutamente abominables y combinados con las praderas de césped son una de las cimas del mal gusto. Pero es que además resulta que incluso los más feos requieren un altísimo coste de mantenimiento, totalmente inalcanzable para las arcas de un ayuntamiento que pretenda deslumbrar con una jardinería de postín en todas sus zonas verdes, incluso las más diminutas. Aquí es donde la ignorancia hace su trabajo al dirigir al gestor en dirección opuesta a la biología de la planta. En su afán por reducir costes de mantenimiento se dejan naturalizar los setos y se los poda salvajemente 1 o 2 veces al año. En pocos años el desastre será tal, que habrá que arrancar esos espantosos esqueletos vegetales.

Tahler ha pasado por aquí. Cáceres, mayo de 2017


Lógicamente los pájaros desconocen los desvelos de los reyes sol y gustan de anidar en esos setos asalvajados. Los pobres no saben que en plena primavera es fácil que un cortasetos acabe con sus nidos, sus huevos y sus pollos. En mi barrio las currucas, pardillos y verderones sufren esto cada año. Pero este año me ha molestado más porque parecía que unos petirrojos andaban tonteando en un seto frente a mi casa y ahora, tras la poda, sólo veo al macho de vez en cuando cantando por el madroño de casa.

domingo, 14 de mayo de 2017

Hierba de la sangre (Lysimachia vulgaris).

Lysimachia vulgaris. La Garganta, Cáceres. 1300 m.

Nos hemos acostumbrado tanto a hablar de especies invasoras, que olvidamos que nosotros también hemos dejado nuestros regalitos por el mundo. Cuando uno en su tierra ve a una planta rara, que se agarra por los pelos para no desaparecer, en lo último que piensa es que esa misma plantita esté provocando dolores de cabeza al otro lado del charco.

Lysimachia vulgaris, pariente de las prímulas, es una planta muy rara en Extremadura, crece en bordes de turberas, prados de siega muy húmedos y enclaves encharcados junto a arroyos y gargantas. Un tipo de ambientes que cada día se hacen más raros en esta tierra. Tanto es así, que tan sólo se ha citado en alguna localidad de La Vera y el Ambroz, existiendo además una rara cita al norte de Monfragüe.

Si su magnífico aspecto de yerbajo con carácter de poco le sirve ante los rigores extremeños, en Norte América demuestra todo su potencial y ha trazado un mapa magnífico de la extensión de las antiguas colonias británicas en la costa este. La afición de los ingleses por la jardinería explicaría su distribución americana hasta tiempos recientes, en los que ha pasado también a la costa oeste. Es una planta resultona para un macizo junto al agua, pero que tiene la fea costumbre de reproducirse por estolones, que brotan como locos de su rizoma a poco que la cosa vaya bien. He leído que los jardineros estadounidenses y canadienses han extraído rizomas de hasta 4 metros de longitud, lo que da un poco de miedo.


Aquí en Extremadura no parece que se haya utilizado mucho con fines medicinales, aunque su gran poder astringente ha servido para cortar hemorragias y de ahí le viene su nombre común. También se ha utilizado para curar heridas y para teñir el pelo. Curar heridas y poner el pelo rubio eran de seguro dos buenas cualidades para un colono.
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