Las galegas son unas especies ampliamente cultivadas en el
Mediterráneo desde antiguo, su reconocida capacidad para incrementar la
producción de leche, especialmente en las cabras, animal mediterráneo por
excelencia, es la gran responsable de esto. Hay que reconocer que a la vista
son extraordinariamente apetecibles y no hace falta ser una cabra.
En Extremadura se daba por hecho que las Galegas que
aparecían en Badajoz eran restos de antiguos cultivos o poblaciones cimarronas,
bien de Galega officinalis, bien de Galega orientalis. No es hasta 1999
cuando García Murillo y Talavera describen con ejemplares de la Sierra de
Aracena (Huelva) a la Galaga cirujanoi,
en honor al gran botánico Santos Cirujano Bracamonte. Para ello utilizaron
también material extremeño recogido en 1987 por Francisco Vázquez en
Salvatierra de los Barros.
Su distribución conocida no se ha ampliado mucho desde entonces,
ha ensanchado su área en Huelva y Badajoz y poco más. También aparece en las
sierras litorales de la Estremadura portuguesa, donde algunos autores lusos la
dan por introducida. Hablamos por tanto de un endemismo ibérico muy restringido
y eso es algo que sorprende si tenemos en cuenta que no es una especie
especialmente exigente en su ecología.
Posiblemente, al menos en Extremadura, su problema es que
ocupa uno de los medios más castigados de nuestros campos, como son los
pequeños arroyos que cruzan las zonas cultivadas. Allí, pese a ser una especie
capaz de enseñarle los dientes a una larga colección de plantas nitrófilas,
poco puede hacer frente a las permanentes transformaciones humanas de cauces y
riberas y a los cañaverales cerrados fruto de unas aguas superfertilizadas.
Con ese aspecto de Wisteria
tan atractivo y refinado esta es una de las plantas amenazadas más bonitas
de Extremadura y es una alegría cuando te la encuentras en un arroyo con aguas
apestosas por los residuos de los cerdos, parece que nos dice: “todavía no
entrego la cuchara”.
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