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miércoles, 30 de octubre de 2019

La Linaria de los vettones (Linaria vettonica Luceño, Mazuecos &Vargas, P., 2019).




Siempre he sentido una gran envidia por aquellas personas capaces de encontrar la aguja en el pajar. He conocido personas que se enfrentaban sin titubeos ante bandos de miles de fochas comunes para, tras revisarlas una por una con el telescopio, descartar la presencia de alguna focha cornuda. Otros, como Fernando Estévez de Jerte, son capaces de detenerse en medio de una larga jornada de campo ante una sencilla Linaria.

Así apareció en el Valle del Jerte la Linaria de los vettones que, tras unos años de estudios dirigidos por Modesto Luceño, ha sido descrita como nueva especie en 2019. Tratándose de plantas, si estaba en La Vera, no se le iba a escapar a Ángel Mariscal, que suma así otra joya a la flora que está elaborando de su pueblo. De momento sólo se conocen un puñado de poblaciones: 3 en el Valle del Jerte, 1 en La Vera y una en la cara sur del Gredos abulense. Todas en terrenos arenosos de bordes de rebollar (Quercus pyrenaica), entre los 450 y los 1250 m de altitud y orientadas al sur. Además, todas ellas tienen en común su bajo número de individuos y lo expuesto de su localización, lo que forma un cóctel diabólico para la conservación de cualquier especie.

Esperemos que ahora que nos la han presentado se puedan localizar algunas poblaciones nuevas de este bellísimo endemismo, que permitan mirar su futuro con algo más de optimismo, es el turno del Valle del Ambroz y parece que ya hay algún cabo del que empezar a tirar.


Editado: 2 nuevas poblaciones en La Vera han sido localizadas por Gregorio Castillo.

domingo, 19 de mayo de 2019

Meterse en charcos.

Triops emeritensis de la localidad clásica de La Albuera (Badajoz).


Solemos emplear la expresión “Meterse en un charco” para referirnos a una acción de la que no sacaremos nada positivo. Es fácil ver de dónde viene esto cuando uno tiene delante uno de esos pequeños encharcamientos de aguas turbias por la escorrentía, con una profundidad que no suele superar los 20-30 cm y cuya vida no se prolongará más allá del final de la primavera.

A casi nadie le sorprenderá que el agricultor apure sus labores cuando están secos y siembre sobre ellos, o que el ganadero profundice su vaso para que retengan el agua durante todo el año. ¿Qué puede ofrecer un charco de aguas turbias?

A estas alturas de la película decir que estos encharcamientos temporales constituyen un Hábitat prioritario recogido en la Directiva Hábitat, emanada de un desliz conservacionista del Consejo de Europa del que estoy seguro que se arrepienten ahora, provocará la risa floja a la mayor parte de los habitantes de Europa, seguro. Yo, que no soy muy aficionado a las Directivas conservacionistas europeas (puro humo), siempre he creído que precisamente en este caso daban de lleno en el blanco y que hay pocos hábitats europeos más peculiares y amenazados.

El impresionante Cyzicus grubei

El libro “La vida maravillosa” de Stephen Jay Gould permanece entre mis favoritos desde que lo leí por primera vez hace más de veinte años. La cuestión de la explosión de diversidad del Cámbrico y sus colecciones de bichos raros marinos ha despertado mi imaginación infinidad de veces, lo realmente maravilloso sería poder observar un fondo costero de aquella época, si quiera unos segundos. Nos queda la contemplación de documentales de cangrejos cacerolas con sus más de 400 millones de años, mientras esperamos a que algún técnico de la BBC o de la OSF, durante sus vacaciones en el Algarve o en el Levante, se dé de bruces con un minúsculo mar del Triásico escondido en un pequeño charco de barro.

Tendrá que convencer a sus jefes, explicarles que la sangría no ha tenido nada que ver y hablarles de Triops cancriformis, Triops emeritensis, Cyzicus grubei, Maghrebestheria maroccana y Branchipus cortesi, que nadan entre helechos tan extraños como Marsilea batardae, Marsilea strigosa y Pilularia minuta.

sábado, 6 de abril de 2019

El Narciso de Sierra de Gata (Narcissus vitekii)

Aunque no es su hábitat predilecto, también se adapta a una buena fisura rocosa, ¿cosas de familia?


Es una lástima que una planta tan bonita y casi exclusiva de Extremadura, haya creado un malestar tan grande tras su descripción en 2018. Mucha gente tiende a pensar que la gente aficionada a las flores es una banda de tiernos querubines y les sorprende descubrir que la palabra deshonestidad también se usa por esos barrios. Nunca me han gustado los nombres científicos basados en apellidos, creo que deberían reservarse con carácter excepcional para gente realmente importante que, además, haya tenido algún vínculo con el taxón que lo recibe. De no ser así se deja un tufillo a peloteo cortesano muy poco elegante. Cierto que es más socorrido que dar con una palabra que defina al objeto de descripción, no sé si están utilizados ya en algún narciso, pero obscenus o impudicus le cuadrarían bien a este pequeño y bellísimo narciso.

Esas hojas azuladas y carnosas recuerdan a las de su vecino el Narcissus minor subsp. asturiensis

Hace unos días me llevaron a conocer a esta especie y, pese a no ser un narcisólogo, disfruté de ella en un paraje donde los narcisos parecen estar a sus anchas, con 6 especies formando poblaciones de miles de individuos y con sus inevitables híbridos por todas partes. Un lugar bien conocido por aquellas personas que un día vieron unos narcisos raros allí y cometieron el error de hacerlo público.

sábado, 16 de marzo de 2019

Diez razones para hacer la ruta de la umbría de las Corchuelas en Monfragüe (de la Fuente del Francés a la Casa de los Camineros).


Con un abrigo de pinturas rupestres en la solana, un castillo en la cuchilla, uno de los pocos puentes que cruzaba el río Tajo en el sopie y cortada por una Cañada Real, está claro que no estamos ante una sierra virgen. Por suerte, los bosques mediterráneos están preparados para aguantarlo casi todo y bastan unas pocas décadas de conservación para alcanzar un notable grado de naturalidad.

Aquí van mis diez razones:

1ª Porque el bosque, para poder ser llamado así, debe estar “sucio”, con todas su especies y todos su estratos.

Quejigo rodeado de arbustos y lianas.


2ª Porque las lianas no son solo cosa de las selvas, como podremos comprobar.

Liana monumental de Madreselva.


3ª Porque, siento decirlo, nuestra especie no inventó las cajas nidos.

Oquedad en un viejo Quejigo.


4ª Porque aunque no lo creamos los alcornoques pueden vivir con su corcho y no les hacemos ningún favor despellejándolos cada 9 años.

Es muy raro observar viejos alcornoques con su  aspecto natural.


5ª Porque hay pocas cosas más bonitas que un árbol creciendo con su porte natural.

Quejigo que no conoce el hacha.


6ª Porque conoceremos el secreto de la inmortalidad de los árboles.

Brotes basales de un viejo Quejigo.


7ª Porque podremos comprobar cómo, aún en el siglo XXI, lo mejor para estabilizar una ladera sigue siendo un bosque.




Árboles y arbustos fijando y revegetando una pedriza.



8ª Porque nunca volveremos a preguntarnos por qué se llama Brezo arbóreo al Brezo arbóreo.

Brezos arbóreos de más de 6 metros de altura.


9ª Porque la Selaginella denticulata es uno de los helechos más bonitos que hay, por mucho que se parezca a un musgo, y una de nuestras plantas más primitivas.

Selaginella denticulata


10ª Porque es cardiosaludable, sobre todo sus primeros 20 minutos. Pensar en esto nos ayudará.

Parte inicial del sendero.



lunes, 7 de enero de 2019

Reyes 2019

Chovas piquirrojas


Reconozco que, con los años, el día de Reyes más que recibir regalos prefiero que me traten como a Felipe II. Este año César del Arco, botánico experto en jardines botánicos y natural de Hervás, me tenía preparado un encuentro con un tejo que no conocíamos, situado en el vallejón más apartado de la sierra de su pueblo que, para no darnos más méritos de los necesarios, diremos que es una zona cada vez más accesible. Sin embargo, esto es reciente, hace poco más de quince años, donde ahora hay una pista que cruza un arroyo, pude ver mi primer Desmán ibérico.

Pero antes de llegar teníamos que atravesar una partida de francotiradores, que practicaban el bello arte de la caza a lo largo del camino que atraviesa el monte público. Son muy pocos, pero con una encomiable afición, es la segunda vez que subo a esta sierra este invierno y las dos veces me los he encontrado en la tarea. Bueno, en realidad nosotros y un montón de ciclistas, seteros y paseantes que no sabemos respetar tan viejas tradiciones y no nos quedamos en casa los pocos días que no tenemos trabajo. Ninguna señal por ninguna parte que advierta del evento, gente con armas dispersas por el monte, con unidades móviles armadas de función desconocida, pero totalmente acojonadora. Y si todavía fueran con el traje corto de serrano, pero equipados en un estilo ecléptico entre novio de la muerte y cazador de grizzlies de Montana y acompañados por esa mirada que proporciona tener entre las manos una cacharro que es capaz de tumbar a una persona a más de 100 m, incluso tras rebotar en una piedra, buf,... Es curioso porque una simple ruta cicloturista seguro que tiene que contar con asistencia médica por no hablar de todos y cada una de la autorizaciones pertinentes para el día y hora concretos. En esos momentos no sabíamos si poner las pegatinas de Prensa en el coche. Uno en su desconocimiento no está plenamente en contra de la caza, aunque no me guste, pero ¡coño! de una manera más siglo XXI, que a un pescador de anchoas que vive de eso le mandan para casa cuando se considera necesario y aquí no se muere nadie. Al menos esta vez no hemos visto como arrastran a los jabalíes con el cabrestante del coche.

El Tejo con su Serbal de cazadores.

Tras pasar por los restos de los últimos chozos de verano de esta sierra llegamos al tejo, que se hizo esperar, escondido tras una gran roca. El árbol cuesta entenderlo, y subido de puntillas en una pequeña piedra bamboleante para no mojarte los pies, aún más. Es un ejemplar muy viejo que ha crecido entre una roca dentro del arroyo. Su aspecto es el de un pulpo con más de cinco cimales arrancando radialmente de la base, seguramente grandes avenidas han acabado varias veces con la parte aérea. Ahora ya no hay avenidas de esa potencia y el árbol parece que intenta crecer en altura, mostrando una copa de aspecto mucho más joven de lo que se correspondería con la base del árbol. Un joven serbal de cazadores parece confirmar esto y crece tranquilamente arraigado en la base del tejo, impidiendo que el tejo se cierre por el centro. Salvo una pequeña rama seca, el follaje se ve denso y lustroso con los tonos broncíneos típicos del frío. Parece un macho, una pena porque en el Ambroz las hembras son raras (de cabeza recuerdo sólo 5) y desde la magnífica hembra de La Garganta no hay otra en esta vertiente de la sierra hasta Segura de Toro.

Bando de chovas.

Es probable que César tuviera esto también preparado, porque estábamos a punto de abandonar el tejo cuando aparecieron 34 chovas piquirrojas que se posaron en unas rocas no muy alejadas para deleitarnos un rato, antes de seguir sus merodeos por las zonas altas de la sierra. Son unas aves espectaculares que siempre me han recordado un poco a unos payasos, con esas botas y narices rojas tan excesivas. Como las personas somos unas ansiosas pensé que aquel era el momento perfecto para que apareciera una de esas águilas reales del Ambroz tan aficionadas a las acrobacias, pero hasta a Felipe II le ponían límites.

Aliseda de cabecera con cenizos en primer plano.

De vuelta nos detuvimos a admirar una pequeña aliseda de cabecera con ejemplares añosos, es muy raro hoy día ver una cosa así por encima de los 1400 m. y la explicación de esta habría que buscarla en las dos vertientes rocosas del arroyo en ese punto, que forman un pequeño barranco que debe haber actuado como cortafuegos más de una vez.

Iberodorcadion segovianum de la subespecie occidental dejeanii. Nunca había visto uno antes de abril.

La nota preocupante del día la pusieron unos Iberodorcadion segovianum (de la subespecie dejeanii), correteando entre los piornos en pleno mes de enero. La cosa está calentita.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Recuerdos de un zorromigalero. Educación I


    Ejemplar pelirrojo de Rhinolophus mehelyi, especie muy característica de los refugios extremeños, en especial los situados en los Montes de Toledo.


Por un momento me he visto tentado a copiar el arranque del Quijote aquí, pero para no resultar muy ridículo sólo diré que esto me ocurrió en un pueblo del sur de Badajoz. Ese día me acerqué a una mina abandonada donde periódicamente realizábamos censos de murciélagos (zorromígalos), al ser un refugio de gran importancia.

Como había que atravesar por una finca privada dejé el coche en la puerta y me acerqué andando a la casa donde vivía la familia. Con todos los cachivaches a cuesta, que son muchos para estos menesteres, llegué a la puerta de la casa y salió a recibirme un hombre joven. Le comenté mi intención de entrar a la mina para hacer una inspección y al verme solo me comentó si ya la conocía, a lo que respondí que sí y, para tranquilizarle tanto a él como a mí mismo, dije que no visitaría las zonas más peligrosas. Nos separamos y me encaminé a la mina, justo antes de saltar el muro de piedra en seco para abandonar la finca me alcanzó un niño de 7 u 8 años:

-Hola
-Hola
-¿Vas a entrar en la mina?
-Sí
-Yo ya he entrado varias veces.
-Qué valiente, pero te acompañará tu padre, ¿no?
-Sí, porque además está to llena de murciélagos.
-Pues eso es lo que vengo a ver yo.
- ¡Acho!, ¿te gustan los murciélagos?
- Sí.
- Pues yo una vez entré con mi padre y llenamos un saco de murciélagos…
-!!!!!!!!
-Luego se los llevó por la noche y los soltó en la discoteca.
- Ay, madre mía…
- Adiós (se marchó con una sonrisa que podría definirse como diabólica)
- !!!!!

Cuando salí del shock entré en la mina y me imaginé las tristísimas imágenes que se debieron ver allí: un padre joven, imagino que riendo, llenando a puñados un saco con las piñas de murciélagos que pasaban el invierno allí. Su hijo pequeño a su lado con la linterna, admirado por lo que su mente infantil identifica como la audacia de su padre y no su ignorancia. Ante la rareza de las especies que allí se refugiaban el suceso dejaba de ser anecdótico.

Al salir de la mina pasé por la casa otra vez, pero no había nadie. Me acerqué al pueblo a tomar un café para despejarme. Mientras aparcaba el coche me sorprendí con la fachada de una discoteca con dos enormes ruedas de tractor, “Discoteca Las Roedas”. Ignoro si aquella fue la discoteca de la tragedia, pero nuevamente me imaginé aquellos pobres rinolofos, con sus extraordinariamente sensibles oídos, liberados de manera brusca en una habitación con un ruido insoportable y llena de gente. Después, los gritos, los golpes, las muertes, las risas.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Crecer entre pájaros.

Por muchos años que pasen y por muchas observaciones que tenga de la Curruca capirotada, nunca podré evitar esos primeros dos o tres segundos iniciales que me transportan a la infancia. Es la magia de la observación de aves corrientes.



La palabra paraíso está tan manoseada y se emplea tan a la ligera que huyo de ella como de un nublado. Digo esto porque no la voy a utilizar al referirme a mi pueblo como uno de los mejores lugares para crecer, si lo que te gustan son los pájaros. Con un coche, estás a media hora del Salto de Gitano o la Portilla de Tiétar, y todos sabemos lo que eso significa, en poco más de ese tiempo en Arrocampo o en los llanos de Cuatro Lugares y a una hora tienes a tu disposición todas las especialidades de la alta montaña extremeña y sus especies forestales. Usualmente, cuando uno tiene 8-9 años no suele disponer de un coche, de hecho no disponía ni de prismáticos, por suerte, en Plasencia no necesité ni lo uno, ni lo otro.

En aquella época un niño podía vagar solo por las calles sin que sus padres fueran encarcelados y yo podía disfrutar de un catálogo de aves muy selecto, a la altura del pequeño gourmet en el que me estaba convirtiendo.

Podía bajar a las pesqueras del río Jerte junto al Puente Nuevo, que como su nombre indica es uno de los más viejos de Plasencia, a disfrutar, por sorprendente que nos resulte hoy, de las operaciones de inmersión del mirlo acuático, a buscar a los martines pescadores y a las pollas de agua en el parque de La Isla, para terminar el paseo bajo el Puente de Trujillo, a la espera de los carruseles de los vencejos reales que criaban allí, uno de mis tesoros más preciados. Podía, tal vez, acercarme al entonces inmensamente más hermoso Parque de los Patos, donde conocía la ubicación de un nido de guarro (cuervo) en un chopo, donde llegó a criar una pareja de milanos reales en uno de esos viejos pinos revirados tan característicos de este parque, o donde observé mis primeros búhos chicos. Por entonces los milanos reales eran abundantes en la cercana finca municipal de Valcorchero y yo no perdía mucho tiempo con ellos. Prefería hacer esperas en los charcos que se formaban junto a la Fuente de la Rana, para descubrir a los escasos gorriones molineros que acudían a beber allí, mezclados con los gorriones comunes y los verderones. Las cercanas murallas de la Torre Lucía y los Arcos, que así llamamos los placentinos a nuestro magnífico acueducto, eran un buen lugar para esperar a los roqueros solitarios y a las lechuzas y eso eran ya palabras mayores para mí.

Las alineaciones de aligustres de la entonces Avenida del Ejército y los olmos monumentales del Parque de la Rana eran una buena zona para disfrutar de los centenares de currucas capirotadas que invadían la zona en otoño, en busca de esos frutos que tanto odian los propietarios de coches y los peatones, pero que amamos los aficionados a los pájaros. En verano, los fresnos del Parque la Coronación y los aligustres junto a los Arcos eran el lugar para perseguir autillos, siempre oídos y casi nunca vistos. Quedaba otro pequeño tesoro que suponía un esfuerzo algo mayor, pero que era compensado por la belleza del objetivo.

La collalba negra, que continua siendo uno de mis pájaros favoritos, era relativamente abundante en Plasencia en aquella época, conocía una decena de nidos a una hora andando desde mi casa, unos en Valcorchero y otros junto al Puente de Hierro en el cañón del río Jerte, pero era posible observarla dentro de Plasencia en las proximidades del Puente de San Lázaro. El tren que subía a Castilla todavía recorría las vías que había por allí y había que tener cuidado, pero eso hacía más arriesgada y valiosa aquellas observaciones. Por allí descubrí también mi primer nido de golondrina daúrica, un ave muchísimo más rara que hoy día.

Gran desconocedor en aquellos años de la palabra censo, ya llevaba la contabilidad de los nidos de cigüeñas blancas y cernícalos primilla de Plasencia, lo que me permitía disfrutar de un sonido hoy casi perdido, el increíble griterío de los bandos de grajilla en sus evoluciones entre la Catedral y el Cachón, que se amplificaba en la magnífica caja de resonancia de los muros de piedra de la Plaza de San Nicolás o la de la propia catedral, siempre bien secundados por las bodas de los vencejos comunes y pálidos. El invierno traía una extraña calma a la parte antigua de Plasencia, pero también traía a los aviones roqueros que volaban junto a las paredes más altas, atrapando a los bichos que buscan el calor de la piedra y cobijo frente al viento, aunque yo prefería observarlos en estas faenas en las fachadas de la Residencia Sanitaria, donde había más bichos y más aviones roqueros, lo que siempre permitía la presencia de auténticos kamikazes.

Ahora vivo en Cáceres y andan ya muy lejos aquellos años de la ilusión de las primeras observaciones, pero parece que para compensar esta ciudad me permite seguir viviendo entre aves, cierto que hace tiempo que no veo alzacolas o collalbas negras por aquí y que decrecen los números de todas las aves que crían en edificios, pero aun así es fácil sumar especies durante cualquier paseo. Llevo un listado de observaciones desde el patio de mi casa, que tiene avutardas a poco más de 1000 metros en línea recta, y he anotado ya 58 especies con águila imperial, águila real, buitre negro, alimoche, milano real, grulla y avutarda entre ellas. No sé si hay algún índice de desarrollo y bienestar de esos tan de moda ahora que pueda medir esto.


Este texto forma parte de mi contribución al libro "Extremadura, Naturaleza Urbana" presentado en el VIII Encuentro de Blogueros celebrado el pasado noviembre en Trujillo.

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