El galán antes de perderse en el monte. |
Había parado un rato a descansar apoyado en el tronco de un alcornoque, después de atravesar un espeso jaral mi ropa olía al pegajoso láudano de las jaras: el clásico olor a montuno. Mientras me comía una manzana contemplaba los pajarillos que poco a poco comenzaban a revolotear alrededor. Siempre me ha llamado la atención la poca memoria de estos pájaros, bastan cinco minutos de inmovilidad y silencio y parecen olvidarse de que hemos pasado por allí. De pronto oí un ruido entre el matorral, eran como unos jadeos. Como me había cruzado con tres perros cimarrones un rato antes, me puse de pie rápidamente por si las moscas.
Pero lo que apareció a menos de 20 metros de mí fue un pequeño jabalí del año, cuyo color rojizo aún permitía intuir las rayas de los rayones. No se enteró de mi presencia y siguió a lo suyo, ahora los ruidos eran más fuertes. Me pegué bien al tronco y ante mí, a menos de 15 metros, aparecieron otras cuatro crías de jabalí seguidas de su madre. Lo mejor de todo es que un verraco venía siguiendo a la hembra, imagino que encelado. No sé si fue por el celo o por el olor a montuno, pero el caso es que ninguno de los 7 jabalíes se percató de que tenían a una persona a tan corta distancia. Al marcharse, el verraco se quedó un poco atrás y justo antes de desaparecer entre las jaras se paró, levantó el morro, giró la cabeza hacia donde yo estaba y puso una mueca que me recordó a una sonrisa con sorna. Unos segundos después se perdió en el monte. Era como si me hubiera dicho:”que sepas que sabía dónde estabas”.
La foto familiar. |