En muy pocas ocasiones nos está permitido contemplar uno de los procesos más conmovedores que hay en la Naturaleza, como es la muerte de un árbol de puro viejo. Hoy día son pocos los árboles que llegan a viejo, lo más normal es que antes sean apeados por el hombre, que tradicionalmente los ha considerado un estorbo. Este proceso, que se puede prolongar durante varias décadas, es un ejemplo maravilloso de eficiencia y lógica.
Los árboles tienen varias fases de desarrollo, en las primeras su único objetivo es crecer, la fase expansiva se va ralentizado con los años y culmina con el momento de máximo esplendor del árbol, la madurez. A partir de aquí, el árbol ya no crecerá más y se irá recogiendo poco a poco sobre sí mismo. En las etapas que podemos considerar de senescencia, como la del castaño de la foto, el árbol comienza a eliminar sus estructuras más externas y a emitir brotes en el interior de la copa, cada vez más cerca del tronco. A este fenómeno se le conoce como bajada de copa y es un síntoma claro de la vejez de un árbol. Mientras que estos reiterados que surgen de la base del tronco y del interior de la copa se comportan como ramas juveniles con grandes crecimientos, los extremos de la copa comienzan a producir complejos mínimos, que son ramillas minúsculas que se ramifican mucho sin llegar a producir un verdadero crecimiento (se aprecia muy bien en las ramas más bajas de la izquierda de la foto). Ahora el árbol sólo conserva parte del tronco y algunas ramas principales, su tronco hueco ha comenzado a desmoronarse y el colapso y el fin parecen cerca. Si observamos en el interior podremos ver cómo algunas raíces son emitidas por el tronco dentro del árbol y aprovechan sus propios restos descompuestos, literalmente el árbol se autodigiere. Con este acto en realidad lo que está haciendo es favorecer el desarrollo de los rebrotes basales, que competirán entre ellos a expensas de los restos del cada vez más deteriorado árbol. Con suerte, uno de ellos llegará a formar un nuevo árbol y el ciclo se volverá a repetir.
Aunque virtualmente muchos árboles son inmortales, en realidad son tantos los factores negativos que tienen que sortear que muy pocos llegan a adulto y muchísimos menos alcanzan edades centenarias, pensemos en la cantidad de tormentas, incendios, sequías, leñadores, etc. que habrán tenido que soportar esos contadísimos individuos varias veces centenarios que aún quedan en nuestros campos. En realidad es un milagro que hayan podido llegar a esas edades.
El árbol de la foto es el Castaño de la Escarpia de Casas del Monte (Cáceres), uno de los árboles que más aprecio y visito. Estoy deseando poder llevar a mi hija junto a él.
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