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jueves, 30 de septiembre de 2010

LA EMBOSCADA


La pequeña charca próxima a Cáceres presentaba con el estiaje poco agua y una única planta emergente, para ser más exactos los restos de una planta. En ella se congregaban todos los miembros de una colonia de Ischnura graellsii, al aproximarme descubrí a esta Mantis religiosa que camuflada entre los restos de la planta acechaba a los odonatos. La carnicería debió de ser importante porque al día siguiente seguía en la planta y tan sólo había tres Ischnura, uno de ellos el que aparece en la foto, que permanecío ignorante a todo mientras la mantis se iba girando lentamente para atraparle, pero antes de que completara su emboscada el odonato voló hasta otra ramita sin percatarse de lo cerca de la muerte que había estado. Pero la mantis sabe esperar y me imagino que esto no terminaría bien para los tres Ischnura.

martes, 21 de septiembre de 2010

LA ROCALLA: FLORA NORTEAMERICANA

La jardinería es una de mis pasiones, aunque por falta de espacio y tiempo la he tenido que ir dejando de lado casi toda mi vida. En estos momentos me hallo embarcado en uno de mis proyectos más deseados, la rocalla de alpinas. Es un proyecto modesto, por mis limitaciones de espacio, pero sin renunciar a cierta ambición. Afortunadamente Internet pone a nuestra disposición material casi infinito. Poco a poco iré mostrando los avances de este proyecto que cumple ahora un año y medio.

Como aficionado a la flora de montaña la rocalla desde su inicio se planteó con la idea de recoger una pequeña colección de especies. Sin embargo, la naturalidad debía ser una de las condiciones a cumplir. La rocalla debía ante todo recrear un ambiente de montaña creíble y no una mera acumulación sistemática de especies por familia o procedencia. En este tiempo las plantas de Norteamérica se han comportado razonablemente bien y nos han regalado algunas de las floraciones más espectaculares de la rocalla.

Aquilegia saximontana

Aquilegia saximontana (Rocky Mountains columbine). Un bellísimo endemismo de las Montañas Rocosas de Colorado, donde vive entre los 3300 y los 4000 m en laderas rocosas y fisuras de grandes bloques. Los dos ejemplares de la rocalla se plantaron en marzo de 2009 procedentes de un vivero escocés. Cuando llegaron a casa ya habían florecido (una de ellas aún conservaba una flor tersa) algo que me sorprendió. Soportaron sin problemas el primer verano cacereño con varias horas de sol directo y en invierno perdieron la parte aérea. Esta primavera brotaron las dos y en junio ambas estaban en flor. Se trata de una Aquilegia de pequeño porte, apenas 10-15 cm de altura y 20 cm de roseta.

Phlox subulata y Lewisia cotyledon
Lewisia cotyledon (Siskiyou bitterroot). Descrita de las montañas Siskiyou que forman parte en sentido amplio de la Sierra Nevada de California y Oregón. Vive en suelos arenosos ácidos y aunque en su zona de origen pierde la parte aérea en invierno en Cáceres es siempreverde. En la rocalla hay un ejemplar procedente de un vivero local que me suministra plantas habitualmente y que tubo la amabilidad de incluir un par de bandejas de plantas de rocalla en uno de sus pedidos de plantas a Holanda. La Lewisia fue adquirida en mayo en plena floración y colocada en la rocalla, donde floreció una segunda vez durante el verano. Este año tan sólo ha florecido una vez en el mes de junio aunque de manera explosiva durante  un mes. Con esta especie, al ser muy demandada en jardinería, hay que tener cuidado pues abundan los híbridos y variedades de color. Yo recibí una desagradable sorpresa con unas plantas escocesas amarillas, fucsia y naranja.

Phlox subulata (Moss Phlox). Muy extendida por todo el este de Canadá y EEUU. Es una especie muy utilizada en jardinería por lo que es casi imposible adquirir la forma silvestre. Lo más parecido lo encontré en un vivero de Madrid y de allí pasó a la rocalla en noviembre de 2009. Su abundante floración de 2 meses tuvo su pico coincidiendo con Lewisia cotyledon con la que formó un contraste magistral. Es una planta de gran crecimiento que ya he tenido que controlar en su primer año.

Arabis blepharophylla (Spring charm). Endémica de la zona de la Bahía de San Francisco, es una planta muy demandada para rocallas por su abundante floración. Procede del mismo vivero que Lewisia cotyledon, aunque esta venía ya sin flores, pero cubierta de vainas. Esta primavera ha florecido de manera compulsiva de abril a mayo. La vida de esta planta en la rocalla parece haber llegado a su fin a consecuencia de la terrible granizada de la semana pasada.

Primula laurentiana
Primula laurentiana (Birdeye primrose). Planta boreo-alpina de la Península del Labrador y cuenca del San Lorenzo. Procede de un vivero escocés y la instalé en una zona umbrosa de la rocalla en diciembre de 2009 (en forma latente). Tiene fama de ser una especie sensible a los encharcamientos. En mayo floreció y volvió a florecer a finales de junio con flores casi acaules. En estos momentos toda su parte aérea se ha secado y no hay rastros de yemas latentes. Me temo que la he perdido. Habrá que revisar el drenaje de esta zona.

Penstemon teucroides (Teucrium-leaved beard-tongue). Otro endemismo de las Montañas Rocosas. Procede de un vivero inglés y planté dos ejemplares en la rocalla en noviembre de 2009. La ubicación se ha demostrado inadecuada ya que una de las Aquilegia saximontana y una roca han sombreado las plantas que se han ahilado. Este invierno toca trasplantarlas ya que es una especie de pleno sol.

Dodecatheon alpinum subsp. alpinum (Alpine shooting stars). Los Dodecatheon son en la jardinería de EEUU el equivalente a nuestras prímulas. Este es una especie de la Sierra Nevada de California, donde se encuentra a más de 3.000 m. Procede de Escocia y fue plantado en forma latente en una zona umbrosa del jardín en noviembre de 2009. Durante la primavera sus yemas semi-emergidas del sustrato fueron atacadas por un Mirlo (del que por desgracia hablaremos más veces), lo que retrasó la brotación. La planta, no obstante, ha brotado este verano y actualmente sólo mantiene las yemas latentes. Es una especie que tarda unos 5 años en florecer por primera vez, por lo que habrá que esperar.

lunes, 20 de septiembre de 2010

EL SECRETO DE LA TERRONA. Zarza de Montánchez, Cáceres (Spain).

La Terrona con sus nuevas muletas en diciembre de 2008


Una panorámica poco usual muestra el gran hueco de la cruz

Si el Romanejo es el rey de los rebollos de las zonas serranas, la Terrona es la indiscutible reina de las encinas de nuestras dehesas. Su reinado en este caso es absoluto, ninguna otra encina pone en duda su supremacía y todas aquellas que han osado aproximarse se encuentran ahora en franco deterioro como las colosales encinas pacenses del Rañal o el Romo, o incluso muertas como La Marquesa. Su propio nombre hace referencia a ello, ya que en la comarca antiguamente se denominaba terrona a las encinas más grandes de lo habitual. Hoy sólo se utiliza ese nombre para ella y siempre en mayúscula (ese es respeto que se le tiene a la soberana).

Esta superioridad tiene su base en la portentosa capacidad física de este ejemplar, que pese a los achaques propios de su avanzada edad (podríamos decir, utilizando un símil, que tiene osteoporosis), muestra una respuesta fisiológica propia de encinas maduras en su máximo esplendor. He pasado horas sentado frente a ella pensando en los avatares que habrá tenido que superar. Pensemos que cuando brotó la bellota que daría lugar a nuestra protagonista en el cercano castillo de Montánchez gobernaban los almohades, que el “bestseller” de su juventud era el Amadis de Gaula y que su máximo esplendor lo debió alcanzar antes de que Darwin publicara El Origen de las Especies. Imaginemos todas las situaciones de riesgo a las que ha estado expuesta desde que era una plántula de unos 5 cm de altura hasta que ha llegado al coloso actual de 17 m de altura, 30 m de diámetro de copa y casi 8 m de perímetro de tronco.

En 2007, casi recuperada del temporal de 1997


Lógicamente el factor suerte ha jugado a su favor al crecer sobre un venero que baja de la sierra, los rayos y tormentas la respetaron, al contrario que a su vecina La Gobernadora que cayó fulminada a principios del siglo XX (y según cuentan era digno rival de la Terrona). Pero en este caso, sobre todo, han sido generaciones y generaciones de propietarios los que casi sin excepción han contribuido con su respeto al mantenimiento de este árbol, casi siempre bien tratado por el hacha. Esto lo sabe muy bien Alonso, su actual propietario. Sabe que es muy ingenuo considerarse propietario de un ser de 800 años que le va a sobrevivir otros muchos, sabe que La Terrona es de todos los que la amamos y en ese saber se ha convertido en el auténtico guardián del árbol. Todo amabilidad, pero ¡ay de aquel que ose subirse a La Terrona! Se siente orgulloso de ver a gente de otros países que se acercan a Zarza de Montánchez a conocer a La Terrona y le gusta hablar con los visitantes que entran en su finca a visitar el árbol con respeto. Recuerdo que cuando Correos presentó un sello con la imagen de La Terrona en el pueblo, Alonso, como si de la boda se su hija se tratara, mató dos de sus cerdos y puso vino y su extraordinario pan para todo el pueblo, en lo que él convirtió en una auténtica fiesta, que ensombreció al acto oficial organizado por unas autoridades que se subieron al carro en el último momento y no supieron estar a la altura. Aquí radica el secreto de La Terrona.

sábado, 18 de septiembre de 2010

LA MANZANILLA DE SIERRA NEVADA: Artemisia granatensis

Artemisia granatensis fotografiada a 3100m en la Sierra Nevada granadina
Muchas veces hablamos de que tal o cual especie es un emblema de la conservación. Seguramente, si pudieran opinar, ninguna especie querría ser un emblema de la conservación, es como una de esas medallas que se dan cuando te matan en una guerra. La especie de la foto, la Manzanilla de la Sierra (Artemisia granatensis), es una de esas especies emblema, aunque a juzgar por los logros del título es más un emblema de la estupidez de las personas (el cuento de la ignorancia ya no se sostiene). A  las alturas que estamos, con la cantidad de bebidas isotónicas, digestivas, diuréticas, laxantes, afrodisíacas, alucinógenas, calmantes, excitantes, etc. que podemos conseguir en cualquier supermercado, farmacia o parafarmacia, resulta insufrible que todavía halla tipos capaces de subir a la sierra a por unos manojos de manzanilla para venderlos porque hay personas que creen que la dichosa planta tiene poderes casi mágicos. Está más que demostrado científicamente que sus propiedades puede que igualen a las de la manzanilla de la bolsita del supermercado.

Cuando miro esta foto me pregunto si esa mata, junto a las otras 11 que conseguimos localizar tras una buena caminata, estarán todavía allí o habrán servido para que alguno se haya recuperado de un atracón. Su número hoy día no alcanza los 2000 individuos y sólo es posible encontrarla en los sitios más altos o inaccesibles de Sierra Nevada, donde seguro que tiene problemas de baja productividad,  ya que su verdadero entorno, donde estaban sus mejores poblaciones, está 1000 m más abajo. Creo que estaban intentando cultivar la especie para su uso en parafarmacia, seguro que cuando se pueda comprar habrá alguien subiendo a la sierra a por manzanilla por una cuestión de tradición. Un emblema lo es hasta el final.

jueves, 16 de septiembre de 2010

EL SELLO DE SALOMÓN


Durante el mes de abril en el Castañar Gallego de Hervás (Cáceres) el sotobosque, libre todavía de la sombra de las hojas de los castaños, presentaba infinidad de flores entre las que sobresalen por su belleza: Orchis langei, Cephalantera longifolia, Rannunculus bulbosus, Omphalodes nitida, Scrophularia scorodonia, Arenaria montana, Hyacinthoides hispanica, Paeonia officinalis, Linaria triornitophora, Antirrhinum meonathum y algunas Primula acaulis, que todavía mantenían las flores. Todo el mundo parece haber hecho los deberes antes de que broten los castaños y se acabe la luz, incluso los árboles y arbustos (ya florecieron los espinos y los cerezos regoldos). El bosque después será otro y otras, también, las especies vegetales protagonistas. Será el momento de las especies nemorales que prosperan en los sotobosques umbrosos (en esta fecha ya se ven las rosetas de algunas de ellas como Lilium martagon, Epipactis helleborine, Delphinium fissum sordidum o Paradisea lusitanica).
Pero a mí ese día la planta que me llamó la atención era el Polygonatum odoratum, el famoso Sello de Salomón o Lágrimas de la Virgen. Aunque es una planta que he fotografiado muchas veces, rara vez le dediqué el tiempo suficiente para “saborearla”. Y claro, con la calma vienen las dudas. Ya de entrada su aspecto y el hecho de ser una afamada planta con múltiples aplicaciones etnobotánicas y con un demostrado poder medicinal despierta el interés (me comentó en su día Amadeo González Allepuz que junto al Dictamus hispanicus forma parte del licor Beata María), luego su extraña morfología plantea dudas. Si es una planta claramente adaptada a la polinización por insectos, más concretamente por abejorros, para los que destina una generosa y costosa recompensa, ¿por qué parece que esconde sus flores debajo del paraguas de su follaje? Un rato de observación de los abejorros del entorno y la cosa parecía encajar. En estas fechas las grandes reinas de Bombus terretris del castañar están criando en solitario a su primera generación de obreras en sus nidos del suelo y los vuelos eran todos rasantes. Visto así, las flores del Polygonatum deben parecer auténticos semáforos colgantes como los que vemos en las películas americanas, además las grandes flores así dispuestas facilitan bastante las operaciones de los abejorros. Tampoco veía muy claro el enorme gasto en la floración que tiene esta planta, un estudio realizado en Galicia plantea la existencia de una fuerte competencia entre las flores de esta planta. Entonces ¿qué beneficio tiene la planta al producir tantas y tan elaboradas flores si eso va a suponer que las últimas, prácticamente improductivas, merman su capacidad a las primeras? Seguramente alguien no esté jugando limpio con el Polygonatum (¿un abejorro deshonesto?) y le obliga a este sobreesfuerzo para garantizarse su reproducción. Pero bueno, los tramposos también tienen familia…, así que mejor ir a buscar una botella de Beata María.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿POR QUÉ SON TAN BONITAS LAS FLORES DE MONTAÑA?


Chaenorrhinum glareosum. Sierra Nevada, 3100 m


Seguro que esa pregunta se la ha hecho alguno más de una vez. Obviamente no son un regalo de la Naturaleza para el disfrute de montañeros enamorados y poetas, debe haber una explicación. La Naturaleza no se caracteriza precisamente por su derroche de energía.

En las altas montañas tropicales las condiciones medioambientales son más favorables que en la alta montaña de las zonas templadas, allí las plantas pueden florecer durante 5-7 meses y sus flores no son especialmente llamativas. En las montañas de las zonas templadas ese período puede verse reducido a 1 ó 2 meses y las flores aquí son espectacularmente bellas. Este hecho nos da la clave para entender esa belleza, que no es ni mucho menos gratuita. Imaginemos un prado de cumbre a más de 2300 metros donde incluso en verano las temperaturas de la noche pueden ser muy bajas para los insectos y son numerosos los días con vientos que impiden su vuelo. En estas condiciones muy pocos insectos, generalmente los duros abejorros, se aventurarán a buscar flores. En esta zona en tan sólo un mes más del 80 % de las especies alcanzarán su pico de máxima abundancia en la floración. Si unimos pocos polinizadores y muchas flores al mismo tiempo tenemos servida una auténtica carrera armamentística por atraer a los escasos polinizadores. Esto en la montaña ha alcanzado niveles que calificaríamos de monstruosos si no fuera por sus bellos resultados. Una planta en zonas de gran altitud puede tener la misma cantidad y tamaño de flores que una planta 10-20 veces mayor de zonas bajas, pero además es capaz de mantenerlas receptivas 3 ó 4 veces más tiempo y dotarlas con más polen. Este elevado coste de la floración se consigue dando prioridad absoluta a la reproducción frente al crecimiento (esta es una de las varias razones del escaso tamaño de las plantas de montaña). Tengo recogidas en la sierra de Gredos unas cifras que nos pueden ilustrar un poco esta cuestión. He contado hasta 308 flores en una matita de Minuartia recurva de tan sólo 10 cm, 153 flores en una Androsace vitaliana de 13 cm, 188 flores en una Silene ciliata de 12 cm, 123 capítulos florales en una Armeria bigerrensis de 20 cm y 135 capítulos en una Jasione crispa subsp. centralis. Respecto a esta última especie, como referencia, su pariente Jasione crispa subsp. mariana de las sierras centrales de Badajoz (600 m) rara vez supera los 25-30 capítulos.

martes, 14 de septiembre de 2010

EL CARBAYÓN DE VALENTÍN: UNA DE LAS CUMBRES. Valentín, Tineo. Asturias (Spain).


Cuando hablamos de árboles varias veces centenarios todos son importantes y todos son insustituibles. No en vano, son auténticos supervivientes y eso merece nuestro máximo respeto. Tal y como yo veo la cosa, estas maravillas forman parte de nuestro patrimonio cultural con tanto derecho como cualquier obra de la mano del hombre. Son auténticos monumentos naturales, en su sentido literal, no en el legislativo, que eso como se ve vale para bien poco. Pero entre ese conjunto de árboles venerables hay algunos que a mí particularmente me resultan insuperables. Uno de ellos, sin dudas, es el inmenso Carbayón de Valentín (Quercus robur). En este árbol se dan todos los atributos que hacen que estos portentos llamen tan poderosamente nuestra atención. Localizado en el pequeño barrio de Valentín, en el concejo asturiano de Tineo, su ubicación no puede ser más impresionante, ya que se sitúa sobre un balcón natural que da vistas al valle, junto a él, la diminuta y bellísima ermita de San Pedro y tras ellos las ruinas del caserío de Valentín, hoy deshabitado. En este marco el carácter totémico de este viejísimo roble se hace patente a cada paso, todo parece que está colocado en relación con el roble, la ermita, las casas, los caminos, la campa de la antigua romería, etc. Esa sensación se refuerza al contemplar las ruinas, al final en Valentín sólo queda el Carbayón, todo lo demás se lo ha llevado el tiempo.

Estamos ante uno de los carballos más importantes de Europa con un tronco que supera los 10 metros de perímetro. Aunque su copa no guarda relación con tan colosal tronco, esto no le resta belleza, más bien resalta esa sensación de poderío que nos transmite al contemplarlo, con ese tronco formado por gruesos paquetes de fibras que le dan un aspecto musculoso, de forma que parece que no hay nada capaz de doblegarle. He leído que este árbol ya aparece citado en documentos anteriores a la llegada de Colón a América, lo que nos hace pensar que ya por entonces debía ser un buen mozo para merecer tal atención. Por desgracia, hoy día ya no es tratado con el mismo respeto, es un reclamo turístico más y la instalación de un insulso merendero en sus inmediaciones, con su correspondiente cartel “divulgativo”, restan parte del encanto al lugar, por no hablar del camino que discurre bajo la copa, que a buen seguro debe causar daños de importancia a su sistema radicular. Es urgente poner en práctica una auténtica “geriatría arbórea” por parte de los responsables de la gestión de estos árboles, olvidándonos de la arboricultura tradicional y su cirugía arbórea, si no queremos perder a todos estos monumentos en pocos años.
Foto tomada el día 30 de abril de 2005

lunes, 13 de septiembre de 2010

NUNATAK



Durante más de un siglo dos ideas sobre el origen de la actual flora alpina (en sentido amplio) se han enfrentado sin que ninguna de las dos consiguiera una victoria definitiva.
La primera en tomar posiciones fue la hipótesis de la tabula rasa, que como su nombre indica defiende una aniquilación total de la flora en las zonas más afectadas por las glaciaciones cuaternarias, incluyendo por supuesto la alta montaña. Para los defensores de esta línea, nuestra actual flora de alta montaña proviene de posteriores recolonizadotes, que procedentes del sur, fueron ocupando los terrenos libres de hielo permanente.
La segunda hipótesis es por la que yo siento una mayor simpatía personal (al margen de cualquier consideración científica, como debe ser). Sus defensores deben ser gente optimista, que cree en las increíbles capacidades de las plantas de montaña, la denominan la hipótesis del nunatak (en inuit esto significa más o menos resalte rocoso que sobresale en un glaciar) y defienden que incluso en lo más duro de las glaciaciones en las montañas, por efecto de las pendientes y del viento, debieron quedar pequeñas zonas libres de hielo y allí, por increíble que parezca, unas especies terciarias, alguna de las cuales tenían un origen subtropical, consiguieron sobrevivir a miles de años de hielos perpetuos. Lógicamente esta idea no consiguió mucho predicamento hasta la introducción de los estudios genéticos en las plantas. Gracias a ellos se pudo ver como algunas especies de alta montaña presentaban unos patrones de diversidad genética que correspondían a poblaciones aisladas que debieron superar una pérdida de parte de su riqueza genética debido al bajo número de individuos que las formaban, mientras que la restante se diversificó de acuerdo a la deriva genética, tal y como ocurre con las islas oceánicas. Esto encajaba a la perfección con la hipótesis de los nunatak.
A la naturaleza no le gustan las simplificaciones y a las personas no les gusta perder, así que los defensores de tabula rasa utilizando también los estudios genéticos han conseguido demostrar que ha habido una recolonización procedente de poblaciones sureñas. En realidad la suma de ambas teorías es la que permite que hoy las cumbres de nuestras montañas más altas sean auténticos jardines botánicos.

Saxifraga oppositifolia es una de esas especies que aparece siempre en cualquier estudio de flora de montaña. En este caso parece avalar la existencia de los nunatak ya que sus poblaciones alpinas son individualmente muy homogéneas, aunque muestran diferencias entre las distintas poblaciones. Sin embargo en Escandinavia, donde no vive sólo en montañas, existe mucha mayor diversidad entre individuos pero se mantiene mayor homogeneidad entre poblaciones.

lunes, 6 de septiembre de 2010

ENRIQUE GROS


Eryngium grosii, Limonium grosii, Astragalus grosii, Allium grosii, Pseudoscabiosa grosii, Iberis grosii, Lactuca grosii… y, por supuesto, Antirrhinum grosii. Todas ellas tienen un apellido común familiar para los amantes de la flora ibérica, un apellido que, en realidad, es un tributo a uno de los grandes de la botánica española: Enrique Gros Miquel (1864-1949).

Realmente la vida de Enrique Gros es todo un ejemplo de tesón y superación. Nacido en el seno de una humilde familia de pastores, hasta los 20 años no aprende a leer y a escribir. Decidió probar suerte en todo tipo de trabajos llegando a marchar a Cuba, donde entraría a trabajar como jardinero en un Hospital de La Habana. Sin embargo, las inquietudes de Gros le llevan a estudiar microscopía y macrofotografía pasando a formar parte del equipo de laboratorio del hospital, que por entonces realizaba uno de los primeros estudios con la fiebre amarilla estudiando las picaduras de los mosquitos. Tras esa experiencia Gros regresa a Barcelona, donde se ofrece a diversos laboratorios. Afortunadamente, en esa época establece relación con Pío Font Quer, el botánico español más respetado en los primeros años del siglo XX. De esa relación son fruto diez años de campañas botánicas entre 1919 y 1929 por la Península Ibérica, con más de 14 excursiones por Andalucía y por Marruecos, donde a punto estuvo de perder la vida en una grave caída. Font Quer supo ver las cualidades de Gros y le convirtió en el recolector principal del Museo de Ciencias de Barcelona, confiando plenamente en él hasta el punto de no participar en la mayoría de las expediciones, que tan sólo se limitaba a organizar. Su reputación era tal que otros grandes como Carlos Pau o José Cuatrecasas le contaban entre sus colaboradores más valorados y, como ha quedado reflejado en su correspondencia, cualquier remesa de Enrique Gros era dada por buena y sus etiquetas nunca se ponían en duda por sorprendentes que fueran. Gros se había convertido casi en el Boissier español.

El 2 de agosto de 1924 en la Sierra de Gredos, por encima de los 2.300 m en los Riscos del Morezón, Enrique Gros se topa con un ejemplar de Antirrhinum. No debía ser una especie nueva pues ya habían escrito sobre un Antirrhinum de la sierra Leresche y Levier en 1880. Con todo, allí recolecta el material que serviría para que en 1925 Font Quer describiera la Boca de Dragón de Gredos o Antirrhinum grosii, endemismo exclusivo de las Sierras de Gredos y Béjar.



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