Extremadura conserva todavía 5 o 6 árboles imprescindibles para todos aquellos que sientan pasión por los árboles: La Terrona, El Romanejo, El Roble de Prado Sancho, El Enebro de Las Mestas, La Madroña de Los Barrerones y la Encina del Romo. Hemos perdido recientemente joyas como La Marquesa y otros como El Abuelo del Toril se recogen en sus últimas etapas de vida y es mejor dejarles tranquilos para no acelerar su fin. Ya conocemos al Roble de Prado Sancho, un segundón de auténtico lujo, corresponde ahora conocer al ejemplar capaz de superar a este hermosísimo árbol tanto en biometría como en prestancia. Aunque la foto no refleja su auténtica realidad, como ocurría con su oponente, basta para descubrir que estamos ante el símbolo vivo del paisaje serrano (como La Terrona lo es de la dehesa), el tótem, el orgullo de un pueblo. Retratar a estos robles donde la copa tiene más importancia que su tronco no resulta fácil y su resultado casi nunca nos da la medida de su aspecto imponente, a diferencia de esos robles carballos y albares venerables cuyos inmensos troncos no guardan relación con unas copas muy disminuidas. Son ejemplares que sólo pueden disfrutarse en el cara a cara.
Este ejemplar de Rebollo (Quercus pyrenaica) de no menos de 500 años posiblemente sea el más impresionante de su especie en toda la Península Ibérica, sus dimensiones hablan por si solas, con una copa que supera los 32 metros de diámetro mayor, una altura de 20 metros y un perímetro a la altura del pecho de unos 6 metros. Pero su verdadero valor está en la prodigiosa arquitectura de su copa presidida por cuatro colosales cimales que suben en un ángulo muy cerrado, originando una copa globosa y densa con ramas que casi llegan a apoyarse en el suelo (también aquí el ganado lo impide). Sin embargo, el coloso tiene los pies de barro y el estupido corte de una gran rama en 1940, para permitir el paso de vehículos por un camino que discurría bajo su copa, ha originado unas pudriciones que han fragilizado su tronco, que a duras penas soporta la inmensa carga que le transmiten esos cimales (el autor del crimen, aunque parezca mentira, fue el guarda del entonces llamado Distrito forestal). Su copa ha sido reducida como se aprecia en la foto y se ha instalado un vallado perimetral para evitar que las numerosas vistas sigan dañando el cuello del árbol, comprometiendo la circulación de la savia. Lamento decirlo, pero ante un árbol viejo es mejor no acercarse a su tronco, sobre todo si está en un lugar accesible, nuestro pisoteo en torno al tronco acaba por dañar los superficiales tejidos conductivos del cuello y debilita gravemente al árbol (Las fotos se tomaron antes de la instalación del vallado).
Este ejemplar tiene dos nombres, el más tradicional de Roble del Acarradero, ya que bajo su copa se agrupaba el ganado de la finca (entonces más de 1000 ovejas) y el más popular y curioso de Romanejo, debido a unos restos de enterramientos antropomorfos tallados en las rocas de las proximidades y que la tradición local atribuye a una cultura anterior a la Romana y menos desarrollada: la Romaneja, que da nombre al paraje.
Situado geográficamente en el Valle del Jerte, administrativamente pertenece a Cabezabellosa (Cáceres) pueblo del Valle del Ambroz. Yo particularmente prefiero decir que se localiza en la Tras la Sierra, la sierra que da continuidad a la sierra de Gredos.
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La rama a la que se refiere Javier Prieta en su comentario. El aspecto final una vez eliminada la rama desgajada. |